Literatura BDSM Historia de O | Page 93

—Y también me ha dicho que tú... que tú estabas... — ¿Que yo estaba...? —Que llevas unas anillas de hierro. —Sí. ¿Y qué más? —Pues que Sir Stephen te azota todos los días. —Sí, y va a venir en seguida. Márchate, Natalie. Natalie no se movió de su asiento, levantó la cara hacia O, y O vio la adoración que había en sus ojos. —Enséñame, O, te lo ruego. Quiero ser como tú. Haré todo lo que me digas. Prométeme que cuando vuelvas a ese sitio que dice Jacqueline, me llevarás contigo. —Eres demasiado joven —dijo O. —No soy demasiado joven —gritó Natalie, furiosa—. Tengo más de quince años. No soy demasiado joven. Pregunta a Sir Stephen —porque él entraba en aquel momento. Natalie obtuvo permiso para quedarse junto a O y la promesa de que la llevarían a Roissy. Pero Sir Stephen prohibió a O que le enseñara caricia alguna, que la besara, aunque fuera en la boca y que se dejara besar por ella. Quería que llegara a Roissy sin haber sido tocada por las manos ni por los labios de nadie. Por el contrario, ya que ella quería estar siempre con O, exigió que no se apartara de ella ni un instante, que viera cómo O acariciaba a Jacqueline y cómo le acariciaba y se entregaba a él, y cómo era azotada por él y por la vieja Nora. Los besos con que O cubría a su hermana, la boca de O sobre la boca de su hermana, hacían temblar a Natalie de celos y de odio. Pero cuando, acurrucada sobre la alfombra, en la alcoba, al pie de la cama de O, como la pequeña Dinarzade al pie de la cama de Scheherezade, veía a O atada a la balaustrada de madera retorcerse bajo la fusta, a O de r