Literatura BDSM Historia de O | Page 92

varias veces y mantenérselas abiertas a plena luz: la lámpara de la mesita de noche estaba encendida. Los postigos estaban cerrados y la habitación, casi a oscuras, pese a las rayas de luz que se filtraban a través de las rendijas de la madera. Jacqueline gimió más de una hora con las caricias de O y, al fin, con los senos erguidos, los brazos levantados, apretando los barrotes de la cabecera de la cama estilo italiano, empezó a gritar cuando O, separando los lóbulos orlados de pálido vello, mordió lentamente la cresta de carne sobre la que se unían, entre los muslos, los finos y suaves labios. O la sentía arder, rígida bajo su lengua y la hizo gritar sin pausa hasta que se distendió bruscamente, con todos los resortes rotos, húmeda de placer. Luego, la envió a su habitación, donde se durmió; pero estaba ya despierta y arreglada cuando, a las cinco, René fue a buscarla para salir al mar con Natalie en un pequeño bote de vela, como solían hacer a última hora de la tarde, aprovechando la suave brisa que entonces se levantaba. — ¿Dónde está Natalie? —preguntó René. Natalie no estaba en su habitación ni en la casa. La llamaron por el jardín. René se acercó al bosque de encinas que se extendía a continuación del jardín. Nadie contestó. —Seguramente, ya estará en la cala —dijo René—. O en el bote. Se fueron sin volver a llamarla. Fue entonces cuando O, que estaba tumbada en una hamaca en la terraza, vio a través de la balaustrada a Natalie que corría hacia la casa. Se levantó y se puso la bata, pues hacía aún mucho calor y estaba desnuda. Se anudaba el cinturón cuando entró Natalie hecha una furia y se arrojó sobre ella. — ¡Ya se fue! ¡Por fin se fue! —gritó—. Le he oído. O, os he oído a las dos. Estuve escuchando detrás de la puerta. Tú la besas y la acaricias. ¿Por qué no me acaricias a mí? ¿Por qué no me besas? ¿Es porque soy morena y no soy bonita? Ella no te quiere, O, y yo sí. —Y se echó a llorar. «Ah, vamos», se dijo O. Hizo sentar a la niña en un sillón y sacó de la cómoda un pañuelo grande. (Era de Sir Stephen.) Cuando los sollozos de Natalie se hubieron calmado un poco, le enjugó las lágrimas. Natalie le pidió perdón y le besó las manos. —Aunque no quieras besarme, O, deja que me quede a tu lado. Quiero estar siempre a tu lado. Si tuvieras un perro, dejarías que estuviera a tu lado. Si no quieres besarme y prefieres pegarme, pégame, pero no me eches. —Calla, Natalie, no sabes lo que dices —murmuró O en voz baja. La pequeña, también en voz baja y abrazándose a las rodillas de O, respondió: —Oh, sí lo sé muy bien. La otra mañana, te vi en la terraza, vi las iniciales y los morados. Y me ha dicho Jacqueline... — ¿Qué te ha dicho? —Dónde estuviste. O, y lo que te hacían. — ¿Te ha hablado de Roissy?