Literatura BDSM Historia de O | Página 89

IV. LA LECHUZA O no acertaba a comprender que hubiera habido un tiempo en el que dudara en hablar a Jacqueline de lo que René, acertadamente, llamaba su verdadera condición. Ya le había dicho Anne-Marie que cuando saliera de su casa habría cambiado. Pero ella no creía que pudiera cambiar tanto. Le parecía perfectamente natural, con Jacqueline otra vez en casa, más radiante y más fresca que nunca» no esconderse ya para bañarse ni para vestirse- De todos modos, Jacqueline prestaba tan poca atención a todo aquello que no fuera ella misma, que hasta dos días después de su llegada, al entrar de improviso en el cuarto de baño en el momento en que O, al salir de la bañera, hizo tintinear en el esmalte del borde los hierros de su vientre, no re paró en el disco que colgaba entre las piernas de O ni en las marcas de los latigazos que le cruzaban los muslos y los senos. — ¿Qué tienes ahí? —le preguntó. —Ha sido Sir Stephen —respondió O. Y añadió, como si fuera lo más natural—: René me entregó a él y él me ha hecho poner una placa con su nombre. Mira. Mientras se secaba con el albornoz, se acercó a Jacqueline quien, de la impresión, se sentó en el taburete lacado, para permitirle tocar el disco y leer la inscripción. Después, se quitó el albornoz, se volvió y señaló con la mano la S y la H que tenía grabadas en las nalgas: —También me hizo marcar con sus iniciales. Lo demás son golpes de fusta. Generalmente, me azota él mismo; pero hay veces en que me hace azotar por su criada negra. Jacqueline la miraba sin pronunciar [X