—Ven. Así será más fácil.
Se levantó y abrió una puerta situada en la pared frente a la chimenea, simétrica a la de
entrada al despacho. O siempre había creído que era una puerta de armario, condenada. Vio
un pequeño gabinete recién pintado y tapizado de seda granate, la mitad del cual estaba
ocupado por un estrado redondeado con dos columnas, idéntico al estrado de Samois.
—Las paredes y el techo están forrados de corcho, la puerta acolchada y hay doble
ventana, ¿no?
Sir Stephen movió afirmativamente la cabeza.
— ¿Y desde cuándo...?
—Desde que regresaste.
—Entonces, ¿por qué...?
— ¿Por qué he esperado hasta hoy? Porque esperaba que pasaras por otras manos además
de las mías. Ahora te castigaré por ello. Nunca te he castigado, O.
—Soy suya —dijo O—. Castígueme. Cuando venga Eric...
Una hora después, al ver a O grotescamente esparrancada entre las dos columnas, el joven
palideció, balbuceó y desapareció. O pensaba no volver a verle. Lo encontró en Roissy, a
finales de setiembre, donde la exigió tres días seguidos y la maltrató salvajemente.