que entraba del jardín con Colette, se acercó a O e hizo girar los anillos. Todavía no
había en ellos ninguna inscripción.
— ¿Fue Anne-Marie quien te llevó a Roissy? —preguntó.
—No —respondió O.
—A mí me llevó hace dos años. Vuelvo allí pasado mañana.
—Pero, ¿no perteneces a nadie? —preguntó O.
—Claire me pertenece a mí —dijo Anne-Marie, que entraba en aquel momento—. Mañana
por la mañana llega tu dueño, O. Esta noche dormirás conmigo.
La noche era corta; pronto empezó lentamente a clarear y, hacia las cuatro de la
madrugada, el día borraba a las últimas estrellas. O, que dormía con las rodillas juntas,
despertó al sentir entre los muslos la mano de Anne-Marie. Pero Anne-Marie sólo quería
despertarla para que O la acariciara. Sus ojos brillaban en la penumbra y sus cabellos
grises, salpicados de hebras negras, cortos y erizados por la almohada, le d X