realzada, agudizada. Por este motivo exigía que las muchachas estuvieran siempre
desnudas; la forma en que O había sido azotada, así como la postura en que la habían atado,
tampoco tenían otra finalidad. Hoy O permanecería el resto de la tarde —otras tres horas
— con las piernas abiertas y levantadas, expuesta sobre el estrado, de cara al jardín, deseando
constantemente poder juntar las piernas. Mañana sería Claire, Colette o Yvonne quien
ocupara aquel lugar. Era un proceso demasiado lento y minucioso (como la manera de aplicar
el látigo) para ser empleado en Roissy. Pero ya vería O lo eficaz que era. Cuando fuera
devuelta a Sir Stephen, además de llevar los anillos y las marcas, sería más amplia y
profundamente esclava de lo que imaginaba.
A la mañana siguiente, después del desayuno, Anne-Marie dijo a O y a Yvonne que la
siguieran a su habitación. Allí tomó del escritorio un cofre de cuero verde que puso sobre
la cama y lo abrió.
Las muchachas se sentaron a sus pies.
— ¿No te ha dicho nada Yvonne? —preguntó Anne-Marie a O.
Ésta movió la cabeza negativamente. ¿Qué tenía Yvonne que decirle?
—Y Sir Stephen tampoco, me consta. Pues bien, éstas son las anillas que él desea que
lleves.
Eran unas anillas de hierro mate inoxidable, como el de la sortija forrada de oro.
Eran gruesas como un lápiz de color y ovaladas. Parecían gruesos eslabones de una cadena.
Anne-Marie mostró a O que cada una estaba formada por dos piezas en forma de U que
encajaban entre sí.
—Éste es sólo el modelo de prueba. Se puede quitar. El definitivo tiene un resorte
interior que hay que forzar para que penetre en la ranura, donde queda bloqueado. Una vez
puesto no se puede quitar si no es con una lima.
Cada anilla tenía una longitud similar a las dos falanges del dedo meñique, el cual podía
pasarse por su interior. De cada una pendía, como otro eslabón, o como pende de un
pendiente una anilla que debe quedar en el mismo plano que la oreja, prolongándola, un
disco del mismo metal tan ancho como larga era la anilla. En una de sus caras, un triskel
incrustado en oro, en la otra, nada.
—En esta cara se grabará tu nombre, el nombre y título de Sir Stephen y, debajo, un
látigo y una fusta cruzados. Yvonne lleva un disco parecido en el collar. Pero tú lo llevarás
en el vientre.
—Pero... —dijo O.
—Ya sé —atajó Anne-Marie—. Por eso he traído a Yvonne. Enseña el vientre, Yvonne.
La pelirroja se levantó del suelo y se tumbó en la cama.
Anne-Marie le abrió los muslos y mostró a O que uno de los lóbulos de su vientre estaba
perforado de parte a parte en el centro de su base. La anilla de hierro pasaría por el
orificio con exactitud.