aunque pequeñas. Fue fácil encontrar en el cestillo que sostenía la otra mujer el collar y las
pulseras adecuados. Así es como estaban hechos: varias capas de cuero (capas bastante
delgadas, hasta un espesor de no más de un dedo), cerradas por mecanismo de resorte
automático que funcionaba como un candado y que no podía abrirse más que con una
llavecita. En la parte exactamente opuesta al cierre había un anillo metálico que permitía
sujetar el brazalete, ya que el cuero quedaba demasiado ceñido al cuello o a la muñeca para
que pudiera introducirse cualquier cuerda o cadena. Cuando le hubieron colocado el collar y
las pulseras,