Literatura BDSM Historia de O | Page 69

leía más que un poco de repugnancia en el rictus de la boca. Después, las acompañaba a casa y, en el coche descubierto, con los cristales bajados, el viento de la noche y la velocidad agitaban el cabello rubio y espeso de Jacqueline contra sus mejillas duras, su frente pequeña y sus ojos. Ella sacudía la cabeza para echarlo hacia atrás y lo peinaba con la mano como hacen los muchachos. Una vez admitido que vivía en casa de O y que O era la amante de René, Jacqueline parecía encontrar naturales las familiaridades de René. No oponía el menor reparo a que René entrara en su habitación, con el pretexto de buscar algún documento, lo cual no era verdad, y O lo sabía, pues ella misma había vaciado los cajones del gran secreter holandés, con flores de marquetería y tapa forrada de piel, siempre abierta, que tan mal armonizaba con René. ¿Por qué lo tenía? ¿Quién se lo había dado? Su pesada elegancia y sus maderas claras eran el único lujo de la habitación, un tanto sombría, que se abría a un patio, orientada al Norte y cuyas paredes color gris acero y suelo frío encerado ofrecían un fuerte contraste con las alegres piezas que daban al muelle. Tanto mejor. Así Jacqueline no se sentiría a gusto. Así se avendría más fácilmente a compartir con O las dos habitaciones de delante, a dormir con O, como aceptara desde el primer día compartir el baño, la cocina, los maquillajes, los perfumes y las comidas. Pero O se equivocaba. Jacqueline se aferraba apasionadamente a todo aquello que le pertenecía —a su perla rosa, por ejemplo —, pero demostraba una indiferencia absoluta hacia todo lo que no fuera suyo. Si hubiera vivido en un palacio, no se habría interesado por él más que si le hubieran dicho: este palacio es tuyo y se lo hubieran demostrado con acta notarial. Que el cuarto gris fuera acogedor o no le tenía sin cuidado y no fue por escapar de ella por lo que se decidi ó a dormir en la cama de O. Tampoco, para demostrar a O un agradecimiento que no sentía y que, no obstante, O le atribuyó, muy contenta de abusar de él, o así lo creía ella. A Jacqueline le gustaba el placer y encontraba práctico y agradable recibirlo de una mujer entre cuyas manos no se arriesgaba a nada. Cinco días después de deshacer sus maletas, cuyo contenido O le ayudó a guardar en los armarios, alrededor de las diez, cuando