Literatura BDSM Historia de O | Page 66

cosas que hacían nacer aquella sonrisa sin que Jacqueline lo advirtiera. Una, los regalos, y la otra, la evidencia del deseo que inspiraba, con la condición, eso sí, de que este deseo procediera de alguien que pudiera serle útil o halagar su vanidad. ¿En qué podía O serle útil? ¿No sería que, excepcionalmente, a Jacqueline le complacía que ella la deseara tanto porque la admiración de O la satisfacía como porque el deseo de una mujer no encierra peligro ni trae consecuencias? De todos modos, O estaba convencida de que si, en lugar de regalar a Jacqueline un broche de nácar o el último pañuelo de Hermes con «Te quiero» estampado en todos los idiomas del mundo, desde el japonés al iroqués, le diera los diez o veinte mil francos que siempre parecía estar necesitando, Jacqueline hubiera encontrado pronto ese tiempo que decía faltarle para ir a almorzar o a merendar a casa de O y hubiera cesado de esquivar sus caricias. Pero no llegó a demostrarlo. Apenas habló de ello con Sir Stephen cuando Re