Literatura BDSM Historia de O | Page 62

en realidad, no lo deseaba. Entonces, levantó la mirada, la posó en las peonías y advirtió que Sir Stephen le miraba atentamente los labios. ¿La escuchaba o sólo estaba atento al sonido de su voz y al movimiento de sus labios? Ella calló bruscamente y la mirada de Sir Stephen se cruzó con la suya. Lo que leyó en ella estaba ahora tan claro y fue también tan claro para él que ella había sabido interpretarlo, que ella palideció a su vez. Si la quería, ¿le perdonaría que lo hubiera advertido? Ella no podía desviar la mirada, ni sonreír, ni hablar. Si la quería, ¿habría cambiado algo? Aunque la hubieran amenazado de muerte, ella no hubiera podido hacer ni un movimiento y, de haber querido escapar, sus piernas no la hubieran sostenido. Sin duda, él nunca querría de ella nada más que la sumisión a su deseo, mientras le durase el deseo. Pero, ¿bastaba el deseo para explicar que, desde el día en que René se la entregó, la reclamara con más frecuencia cada vez y la retuviera por más tiempo y, en ocasiones, por su sola presencia, sin pedirle nada? Él estaba mudo e inmóvil como ella; en la mesa contigua, unos hombres de negocios hablaban y bebían un café tan negro y fuerte que el aroma llegaba hasta ellos dos; dos norteamericanas, cuidadas y despectivas, encendían cigarrillos entre plato y plato; la grava crujía bajo las pisadas de los camareros. Uno de ellos se adelantó para llenar la copa de Sir Stephen, vacía en sus tres cuartas partes. Pero, ¿por qué servir de beber a una estatua, a un sonámbulo? El ho