Literatura BDSM Historia de O | Page 48

Aunque lo dijo muy bajo, él lo oyó, la soltó, se levantó, se cerró la bata y ordenó a O que se pusiera en pie. — ¿Es ésa tu obediencia? —preguntó. Luego, con la mano izquierda le sujetó las muñecas y con la derecha la abofeteó. Ella se tambaleó y hubiera caído al suelo de no sostenerla él. —Ponte de rodillas para escucharme —le dijo—. Me parece que René te ha educado muy mal. —Yo obedezco siempre a René —balbuceó ella. —Tú confundes el amor con la obediencia. A mí me obedecerás sin amarme y sin que yo te ame. Entonces ella sintió una extraña sublevación y en silencio, en su interior, negó las palabras que estaba oyendo, renegó de sus promesas de sumisión y de esclavitud, de su consentimiento, de su propio deseo, de su desnudez, de su sudor, del temblor de sus piernas y del cerco de sus ojos. Ella se debatió, apretando los dientes con rabia cuando, después de obligarla a doblarse, prosternada, con los codos en el suelo y la cabeza entre los brazos, la levantó por las caderas y la forzó por detrás para desgarrarla, como René había dicho que la desgarraría. La primera vez, ella no gritó. Él repitió el acto con mayor brutalidad y entonces ella gritó. Y, cada vez que él se retiraba y volvía, es decir, cada vez que él decidía hacerla gritar, ella gritaba. Gritaba tanto de rabia como de dolor, y él no se engañaba. Cuando hubo terminado y, después de hacerla levantarse, iba a despedirse de ella, le dijo que lo que él había derramado en ella iría saliendo poco a poco, mezclado con la sangre de la herida que le había abierto y que aquella herida la quemaría hasta que su dorso se hubiera hecho a él, mientras tuviera que forzarlo. No iba a privarse de aquella vía que René le reservaba y ella no debía esperar que tuviera contemplaciones. Le ɕ