—Consiento en todo lo que queráis —balbuceó ella. Luego, mirándose las manos que
reposaban entre sus rodillas, agregó en un susurro—. Quisiera saber si voy a ser azotada...
Durante mucho rato, tanto que tuvo tiempo de repetirse mentalmente la frase veinte
veces, nadie respondió. Luego, la voz de Sir Stephen dijo lentamente:
—De vez en cuando.
O oyó crujir [