un vestido de gala, algo que nadie lleva nunca. Las sandalias, de tacón muy alto, también eran
de seda roja. Y mientras Jacqueline estuvo delante de O con aquel vestido, aquellas sandalias y
aquel velo que era como la premonición de una máscara, O completaba mentalmente el
modelo: tan poco era lo que hacía falta —el talle más ceñido, los senos más descubiertos— y
sería igual al vestido que llevaba Jeanne en Roissy, la seda gruesa, lisa, crujiente, la seda que
levantas con la mano cuando te dicen... Y Jacqueline la levant