por descontado, hizo un pequeño montón al lado de una de las columnas. Sostenes no podría
aprovechar ni uno solo: todos se cruzaban en la espalda y se abrochaban en los lados. De todos
modos, ideó la forma en que podría manjar hacer el mismo modelo, poniendo el cierre delante, bajo el surco que formaban los senos. Los ligueros tampoco ofrecían dificultades, pero
ella se resistía a desechar el ceñidor de satén brocado rosa con cordones en la espalda tan
parecido al corselete que llevaba en Roissy. Lo dejó aparte, encima de la cómoda. Que
decidiera René. Y que decidiera también lo que tenía que hacer con los jerseys, todos
cerrados a ras de cuello y que se pon ían por la cabeza. Pero podía subírselos, para
descubrir los senos. También las combinaciones quedaron amontonadas encima de la cama. En
el cajón de la cómoda no guardó más que una enagua bajera de faya negra con un volante
plisado y pequeñas puntillas de Valenciennes que llevaba debajo de una falda a pliegues soleil
de una lana negra tan fina que se transparentaba. Necesitaría más enaguas bajeras, claras y
cortas. Comprendió que tendría que renunciar a llevar vestidos estrechos o bien elegir
modelos que se abrocharan de arriba abajo y encargar ropa interior que se abriera al mis