muslos, entró Pierre. Faltaban aún dos horas para la cena. Le dijo que aquella noche no
cenaría en el comedor y le ordenó que se preparara, señalándole el asiento a la turca en el
que ella tuvo que ponerse en cuclillas, tal como Jeanne le dijo que debería hacer delante de
Pierre. Mientras estuvo en él, el criado no dejó de mirarla. Ella lo veía en el espejo y se veía
también a sí misma, sin poder retener el líquido que salía de su cuerpo. El hombre esperó
mientras ella se bañaba y maquillaba. Iba a sacar las chinelas y la capa roja cuando él la
detuvo con un ademán y, atándole las manos a la espalda, le dijo que no hacía falta y que le
esperara un instante. Ella se sentó al borde de la cama. Fuera, había tormenta con viento frío y
lluvia y el álamo que crecía junto a la ventana se inclinaba a impulsos de sus ráfagas. De vez en
cuando, las hojas pálidas y mojadas azotaban los cristales. Era ya noche cerrada a pesar de
que aún no habían dado las siete; pero el otoño estaba ya muy avanzado y los días eran
cortos. Pierre volvió a entrar trayendo en la mano la venda con que le taparon los ojos la
primera noche. Traía también una cadena que tintineaba, parecida a la de la pared. Le
pareció a O que vacilaba, dudando entre qué ponerle primero si la venda o las cadenas. Ella
miraba la lluvia, indiferente a lo que quisieran de ella, pensando únicamen є