prueba, como debía serlo también para ella, de que ella le pertenecía; nadie puede dar lo que
no le pertenece. Y él la daba para recobrarla enriquecida a sus ojos, como un objeto de uso
corriente que hubiera servido para un culto divino que lo hubiera consagrado. Hacía tiempo
que deseaba prostituirla y ahora comprobaba con satisfacción que el placer que ello le
procuraba era más grande de lo que suponía y lo ligaba a ella todavía más, como había de
ligarla a él cuanto más humillada y mortificada se viera. Y, amándolo como lo amaba, ella
no podía sino amar todo aquello que viniese de él. O lo escuchaba temblando de
felicidad y, puesto que él la amaba, conse