por un colchón y una tela negra de pelo muy largo que imitaba la piel. La funda de la
almohada, delgada y dura como el colchón, era de la misma tela, al igual que la manta de
dos caras. El único objeto clavado en la pared, aproximadamente a la misma altura con
relación a la cama que el gancho del poste con relación al suelo de la biblioteca, era una
gran anilla de acero brillante de la que colgaba perpendicularmente a la cama una larga
cadena; sus eslabones formaban un pequeño montón y el otro extremo estaba sujeto a un
gancho con candado, como un cortinaje recogido en un alzapaño.
—Tenemos que bañarte —dijo Jeanne—. Te quitaré el vestido.
Los únicos detalles especiales del cuarto de baño eran el asiento a la turca situado en el
ángulo más próximo a la puerta y los espejos que recubrían totalmente las paredes. Andrée y
Jeanne no la dejaron entrar hasta que estuvo desnuda, guardaron el vestido en el armario
situado al lado del lavabo en el que estaban ya las sandalias y la capa roja y se quedaron con
ella. Cuando O tuvo que ponerse en cuclillas en el pedestal de porcelana, se encontró, en
medio de tantos reflejos, tan en evidencia como cuando, en la biblioteca", unas manos
desconocidas la forzaban.
—Espera que entre Pierre y verás.
— ¿Por qué Pierre?
—Cuando venga a encadenarte, quizá te haga ponerte en cuclillas.
O palideció.
—Pero, ¿por qué?
—No tendrás más remedio —dijo Jeanne—. Pero eres afortunada.
— ¿Afortunada, por qué?
— ¿Es tu amante el que te ha traído aquí?
—Sí.
—Contigo serán mucho más duros.
—No comprendo...
—Pronto lo comprenderás. Llamaré a Pierre. Mañana por la mañana vendremos a
buscarte.
Andrée sonrió al salir y Jeanne, antes de seguirla, acarició la punta de los senos de O,
quien se quedó de pie, junto a la cama, desconcertada. Salvo por el