Literatura BDSM Historia de O | Page 14

O sentía que su boca era hermosa, puesto que su amante se dignaba penetrar en ella, se dignaba mostrar en público sus caricias y se dignaba, en suma, derramarse en ella. Ella lo recibió como se recibe a un dios, le oyó gritar, oyó reír a los otros y, cuando lo hubo recibido, se desplomó de bruces. Las dos mujeres la levantaron y esta vez se la llevaron. Las sandalias taconeaban sobre las baldosas rojas de los corredores en los que se sucedían las puertas discretas y limpias, con unas cerraduras minúsculas, como las puertas de las habitaciones de los grandes hoteles. O no se atrevió a preguntar si todas aquellas habitaciones estaban ocupadas ni por quién. Una de sus acompañantes, a la que todavía no había oído hablar, le dijo: —Estás en el ala roja y tu criado se llama Pierre. — ¿Qué criado? —preguntó O, conmovida por la dulzura de aquella voz—. Y tú, ¿cómo te llamas? —Me llamo Andrée. —Y yo Jeanne —dijo la otra. La primera prosiguió: —El criado es el que tiene las llaves, el que te atará y te desatará, el que te azotará cuando te impongan un castigo o cuando ellos no tenga tiempo para ti. —Yo estuve en el ala roja el año pasado —dijo Jeanne—. Pierre ya estaba ahí. Entraba muchas noches. Los criados tienen las llaves y en las habita ciones que están en su sector, tienen derecho a servirse de nosotras. O iba a preguntar cómo era el tal Pierre. Pero no tuvo tiempo. En un recodo del corredor, la hicieron detenerse delante de una puerta idéntica a las otras: en un banco situado entre aquella puerta y la siguiente, vio a una especie de campesino coloradote y rechoncho, con la cabeza casi rasurada, unos ojillos negros hundidos y rodetes de carne en la nuca. Estaba vestido como un criado de opereta: camisa con chorrera de encaje, chaleco negro y librea roja, calzas negras, medias blancas y zapatos de charol. También él llevaba un látigo de cuero colgado del cinturón. Sus manos estaban cubiertas de vello rojo. Sacó una llave maestra del bolsillo del chaleco, abrió la puerta e hizo entrar a las tres mujeres diciendo: —Vuelvo a cerrar. Cuando hayáis terminado, llamad. La celda era muy pequeña y, en realidad, consistía en dos piezas. Una vez vuelta a cerrar la puerta que daba al corredor, se encontraba uno en una antecámara que se abría a la celda propiamente dicha; en la misma pared había otra puerta que conducía a un cuarto de baño. Frente a las puertas, había una ventana. En la pared de la izquierda, entre las puertas y la ventana, se apoyaba la cabecera de una gran cama cuadrada, baja y cubierta de pieles. No había más muebles ni espejo alguno. Las paredes eran rojas y la alfombra negra. Andrée hizo observar a O que la cama no era, en realidad, más que una plataforma cubierta