O sentía que su boca era hermosa, puesto que su amante se dignaba penetrar en ella, se
dignaba mostrar en público sus caricias y se dignaba, en suma, derramarse en ella. Ella lo
recibió como se recibe a un dios, le oyó gritar, oyó reír a los otros y, cuando lo hubo recibido,
se desplomó de bruces. Las dos mujeres la levantaron y esta vez se la llevaron.
Las sandalias taconeaban sobre las baldosas rojas de los corredores en los que se
sucedían las puertas discretas y limpias, con unas cerraduras minúsculas, como las puertas
de las habitaciones de los grandes hoteles. O no se atrevió a preguntar si todas aquellas
habitaciones estaban ocupadas ni por quién. Una de sus acompañantes, a la que todavía no
había oído hablar, le dijo:
—Estás en el ala roja y tu criado se llama Pierre.
— ¿Qué criado? —preguntó O, conmovida por la dulzura de aquella voz—. Y tú, ¿cómo te
llamas?
—Me llamo Andrée.
—Y yo Jeanne —dijo la otra.
La primera prosiguió:
—El criado es el que tiene las llaves, el que te atará y te desatará, el que te azotará
cuando te impongan un castigo o cuando ellos no tenga tiempo para ti.
—Yo estuve en el ala roja el año pasado —dijo Jeanne—. Pierre ya estaba ahí. Entraba
muchas noches. Los criados tienen las llaves y en las habita ciones que están en su sector,
tienen derecho a servirse de nosotras.
O iba a preguntar cómo era el tal Pierre. Pero no tuvo tiempo. En un recodo del corredor,
la hicieron detenerse delante de una puerta idéntica a las otras: en un banco situado entre
aquella puerta y la siguiente, vio a una especie de campesino coloradote y rechoncho, con la
cabeza casi rasurada, unos ojillos negros hundidos y rodetes de carne en la nuca. Estaba
vestido como un criado de opereta: camisa con chorrera de encaje, chaleco negro y librea
roja, calzas negras, medias blancas y zapatos de charol. También él llevaba un látigo de
cuero colgado del cinturón. Sus manos estaban cubiertas de vello rojo. Sacó una llave
maestra del bolsillo del chaleco, abrió la puerta e hizo entrar a las tres mujeres diciendo:
—Vuelvo a cerrar. Cuando hayáis terminado, llamad.
La celda era muy pequeña y, en realidad, consistía en dos piezas. Una vez vuelta a cerrar la
puerta que daba al corredor, se encontraba uno en una antecámara que se abría a la celda
propiamente dicha; en la misma pared había otra puerta que conducía a un cuarto de
baño. Frente a las puertas, había una ventana. En la pared de la izquierda, entre las puertas y
la ventana, se apoyaba la cabecera de una gran cama cuadrada, baja y cubierta de pieles.
No había más muebles ni espejo alguno. Las paredes eran rojas y la alfombra negra.
Andrée hizo observar a O que la cama no era, en realidad, más que una plataforma cubierta