Literatura BDSM Historia de O | Page 13

hubo acabado de hablar, las dos se acercaron a O, que comprendió que debía seguirlas. De modo que se puso en pie, alzándose el borde de la falda para no tropezar, pues no estaba acostumbrada a los trajes largos y no se sentía segura sobre las sandalias de tacón alto sujetas al pie por una simple tira de satén verde como el vestido. Al inclinarse, volvió la cabeza. Las mujeres esperaban, pero los hombres habían dejado de mirarla. Su amante, sentado en el suelo y apoyado en el taburete sobre el que la habían derribado al principio de la velada, con las rodillas dobladas y los codos sobre las rodi llas, jugueteando con el látigo de cuero. Al primer paso que ella dio para acercarse a las mujeres, lo rozó con la falda. Él levantó la cabeza y le sonrió, pronunció su nombre y se puso de pie. Le acarició suavemente el cabello, le alisó las cejas con la yema del dedo y la besó en los labios con suavidad. En voz alta le dijo que la amaba. O, temblando, se dio cuenta, aterrada, de que le respondía «te quiero» y de que era verdad. Él la abrazó diciendo «vida mía», la besó en el cuello y en el borde de la mejilla; ella tenía la cabeza apoyada en el hombro cubierto por la túnica violeta. Él, esta vez en voz baja, le repitió que la amaba y añadió: —Ahora te arrodillarás, me acariciarás y me besarás. La apartó de sí e hizo una seña a las dos mujeres para que se retiraran hacia los lados y él pudiera apoyarse en la consola. Él era alto, la consola más bien baja y sus largas piernas, enfundadas en la misma tela violeta de la túnica, quedaban dobladas. La túnica abierta se tensaba por debajo como una colgadura y el entablamento de la consola levantaba ligeramente el pesado sexo y los rizos claros que lo coronaban. Los tres hombres se acercaron. O se arrodilló en la alfombra y su vestido verde formó una corola alrededor. El corsé la apretaba y sus senos cuyas pu