Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 82

—Pero yo creía… —Para ser un hombre tan brillante, a veces… —Me fallan las palabras—. Me gustaría marcharme, por favor. —¿Por qué? —Ya sabes por qué —digo, poniendo los ojos en blanco. Él baja su mirada ardiente hacia mí. —Lo siento, Ana. No sabía que ella estaría aquí. Nunca está. Ha abierto una sucursal nueva en el Bravern Center, y normalmente está allí. Hoy se ha puesto alguien enfermo. Doy media vuelta y me dirijo hacia la puerta. —Greta, no necesitaremos a Franco —espeta Christian cuando cruzamos el umbral. Tengo que reprimir el impulso de salir corriendo. Quiero huir lejos de aquí. Siento unas irresistibles ganas de llorar. Lo único que necesito es escapar de toda esta jodida situación. Christian camina a mi lado sin decir palabra, mientras yo trato de aclararme la mente. Me abrazo el cuerpo como para protegerme y avanzo con la cabeza gacha, esquivando los árboles de la Segunda Avenida. Él, prudente, no intenta tocarme. Mi mente hierve de preguntas sin respuesta. ¿Se dignará hablar el señor Evasivas? —¿Solías traer aquí a tus sumisas? —le increpo. —A algunas sí —dice en voz baja y crispada. —¿A Leila? —Sí. —El local parece muy nuevo. —Lo han remodelado hace poco. —Ya. O sea que la señora Robinson conocía a todas tus sumisas. —Sí. —¿Y ellas conocían su historia? —No. Ninguna. Solo tú. —Pero yo no soy tu sumisa. —No, está clarísimo que no lo eres. Me paro y le miro. Tiene los ojos muy abiertos, temerosos, y aprieta los labios en una línea dura e inexpresiva. —¿No ves lo jodido que es esto? —digo en voz baja, fulminándolo con la mirada. —Sí. Lo siento. Y tiene la deferencia de aparentar arrepentimiento. —Quiero cortarme el pelo, a ser posible en algún sitio donde no te hayas tirado ni al personal ni a la clientela. No rechista.