Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 73
Sin embargo, el tono de su voz me dice que, como mínimo, tiene una teoría.
—Pero sospechas…
Entorna los ojos con rabia evidente.
—Sospecho que tiene algo que ver contigo.
¿Conmigo? ¿Qué puede querer de mí? «¿Qué tienes tú que yo no tenga?»
Miro fijamente a Cincuenta, esplendorosamente desnudo de cintura para
arriba. Le tengo: es mío. Esto es lo que tengo, y sin embargo ella se parecía a mí: el
mismo cabello oscuro y la misma piel pálida. Frunzo el ceño al pensar en eso. Sí…
¿Qué tengo yo que ella no tenga?
—¿Por qué no me lo contaste ayer? —pregunta con dulzura.
—Me olvidé de ella. —Encojo los hombros en un gesto de disculpa—. Ya
sabes, la copa después del trabajo para celebrar mi primera semana. Luego llegaste al
bar con tu… arranque de testosterona con Jack, y luego nos vinimos aquí. Se me fue de
la cabeza. Tú sueles hacer que me olvide de las cosas.
—¿Arranque de testosterona? —dice torciendo el gesto.
—Sí. El concurso de meadas.
—Ya te enseñaré yo lo que es un arranque de testosterona.
—¿No preferirías una taza de té?
—No, Anastasia, no lo prefiero.
Sus ojos encienden mis entrañas, me abrasa con esa mirada de «Te deseo y
te deseo ahora». Dios… es tan excitante.
—Olvídate de ella. Ven.
Me tiende la mano.
Cuando le doy la mano, la diosa que llevo dentro da tres volteretas sobre el
suelo del gimnasio.
***
Me despierto, tengo demasiado calor, y estoy abrazada a Christian Grey,
desnudo. Aunque está profundamente dormido, me tiene sujeta entre sus brazos. La
débil luz de la mañana se filtra por las cortinas. Tengo la cabeza apoyada en su pecho,
la pierna entrelazada con la suya y el brazo sobre su vientre.
Levanto un poco la cabeza, temerosa de despertarle. Parece tan joven, y
duerme tan relajado, tan absolutamente bello. No puedo creer que este Adonis sea mío,
todo mío.
Mmm… Alargo la mano y le acaricio el torso con cuidado, deslizando los
dedos sobre su vello, y él no se mueve. Dios santo. Casi no puedo creerlo. Es
realmente mío… durante estos preciosos momentos. Me inclino sobre él y beso
tiernamente una de sus cicatrices. Él gime bajito, pero no se despierta, y sonrío. Le
beso otra y abre los ojos.
—Hola —digo con una sonrisita culpable.
—Hola —contesta receloso—. ¿Qué estás haciendo?