Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 67

sentarse y desliza una cucharada de helado por el centro de mi cuerpo, sobre mi vientre y dentro de mi ombligo, donde deposita una gran porción. Oh, está más frío que antes, pero, extrañamente, me arde sobre la piel. —A ver, no es la primera vez que haces esto. —A Christian le brillan los ojos—. Vas a tener que quedarte quieta, o toda la cama se llenará de helado. Me besa ambos pechos y me chupa con fuerza los dos pezones, luego sigue el reguero del helado por mi cuerpo, hacia abajo, chupando y lamiendo por el camino. Y yo lo intento: intento quedarme quieta, pese a la embriagadora combinación del frío y sus caricias que me inflaman. Pero mis caderas empiezan a moverse de forma involuntaria, rotando con su propio ritmo, atrapadas en el embrujo de la vainilla fría. Él baja más y empieza a comer el helado de mi vientre, gira la lengua dentro y alrededor de mi ombligo. Gimo. Dios… Está frío, es tórrido, es tentador, pero él no para. Sigue el rastro del helado por mi cuerpo hasta abajo, hasta mi vello púbico, hasta mi clítoris. Y grito, fuerte. —Calla —dice Christian en voz baja, mientras su lengua mágica procede a lamer la vainilla, y ahora lo ansío calladamente. —Oh… por favor… Christian. —Lo sé, nena, lo sé —musita, y su lengua sigue obrando su magia. No para, simplemente no para, y mi cuerpo asciende… arriba, más arriba. Él desliza un dedo dentro de mí, luego otro, y con lentitud agónica, los mueve dentro y fuera. —Justo aquí —murmura, y acaricia rítmicamente la pared frontal de mi vagina, mientras sigue lamiendo y chupando de un modo implacable y exquisito. E inesperadamente estallo en un orgasmo alucinante que aturde todos mis sentidos y arrasa todo lo que sucede ajeno a mi cuerpo, mientras no paro de retorcerme y gemir. Santo Dios, qué rápido ha sido… Soy vagamente consciente de que él ha parado. Está sobre mí, poniéndose un condón, y luego me penetra, rápido y enérgico. —¡Oh, sí! —gruñe al hundirse en mí. Está pegajoso: los restos de helado derretido se desparraman entre los dos. Es una sensación extrañamente perturbadora, pero en la que no puedo sumergirme más de unos segundos, cuando de pronto Christian sale de mi cuerpo y me da la vuelta. —Así —murmura, y bruscamente vuelve a estar en mi interior, pero no inicia su habitual ritmo de castigo inmediatamente. Se inclina sobre mí, me desata las manos y me incorpora con un movimiento enérgico, de manera que quedo prácticamente sentada encima de él. Sube las manos, cubre con ellas mis pechos y tira levemente de mis pezones. Yo gimo y echo la cabeza hacia atrás, sobre su hombro. Me roza el cuello con la boca, me muerde, y flexiona las caderas, deliciosamente despacio, colmándome una y otra vez.