Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 66
mí y sonríe, burlón—. ¿Quieres un poco?
Está tan absolutamente sexy, tan joven y desenfadado… sentado sobre mí y
comiendo de una tarrina de helado, con los ojos brillantes y el rostro resplandeciente.
Oh, ¿qué demonios va a hacerme? Como si no lo supiera… Asiento, tímida.
Saca otra cucharada y me la ofrece, así que abro la boca, y entonces él
vuelve a metérsela rápidamente en la suya.
—Está demasiado bueno para compartirlo —dice con una sonrisa pícara.
—Eh —protesto.
—Vaya, señorita Steele, ¿le gusta la vainilla?
—Sí —digo con más energía de la pretendida, e intento en vano quitármelo
de encima.
Se echa a reír.
—Tenemos ganas de pelea, ¿eh? Yo que tú no haría eso.
—Helado —ruego.
—Bueno, porque hoy me has complacido mucho, señorita Steele.
Cede y me ofrece otra cucharada. Esta vez me deja comer.
Me entran ganas de reír. Realmente está disfrutando, y su buen humor es
contagioso. Coge otra cucharada y me da un poco más, y luego otra vez. Vale, basta.
—Mmm, bueno, este es un modo de asegurarme de que comes: alimentarte a
la fuerza. Podría acostumbrarme a esto.
Coge otra cucharada y me ofrece más. Esta vez mantengo la boca cerrada y
muevo la cabeza, y él deja que se derrita lentamente en la cuchara, de manera que
empieza a gotear sobre mi cuello, sobre mi pecho. Él lo recoge con la lengua, lo lame
muy despacio. El anhelo incendia mi cuerpo.
—Mmm… Si viene de ti todavía está mejor, señorita Steele.
Yo tiro de mis ataduras y la cama cruje de forma alarmante, pero no me
importa… ardo de deseo, me está consumiendo. Él coge otra cucharada y deja que el
helado gotee sobre mis pechos. Luego, con el dorso de la cuchara, lo extiende sobre
cada pecho y pezón.
Oh… está frío. Ambos pezones se yerguen y endurecen bajo la vainilla fría.
—¿Tienes frío? —pregunta Christian en voz baja y se inclina para lamerme
y chuparme todo el helado, y su boca está caliente comparada con la temperatura de la
tarrina.
Es una tortura. A medida que va derritiéndose, el helado se derrama en
regueros por mi cuerpo hasta la cama. Sus labios siguen con su pausado martiri o,
chupando con fuerza, rozando suavemente… ¡Oh, Dios! Estoy jadeando.
—¿Quieres un poco?
Y antes de que pueda negarme o aceptar su oferta, me mete la lengua en la
boca, y está fría y es hábil y sabe a Christian y a vainilla. Deliciosa.
Y justo cuando me estoy acostumbrando a esa sensación, él vuelve a