Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 65

Se me abre la bata, y yo permanezco paralizada bajo su ardiente mirada. Al cabo de un momento, me quita la prenda por los hombros. Esta cae a mis pies, de manera que quedo desnuda ante él. Me acaricia la cara con el dorso de los nudillos, y su roce resuena en lo más profundo de mi entrepierna. Se inclina y me besa los labios fugazmente. —Túmbate en la cama, boca arriba —murmura, y su mirada se oscurece e incendia la mía. Hago lo que me dice. Mi habitación está sumida en la oscuridad, salvo por la luz tenue y desvaída de mi lamparita. Normalmente odio esas bombillas que ahorran energía, porque son muy débiles, pero estando desnuda aquí, con Christian, agradezco esa luz vaga. Él está de pie junto a la cama, contemplándome. —Podría pasarme el día mirándote, Anastasia —dice, y se sube a la cama, sobre mi cuerpo, a horcajadas—. Los brazos por encima de la cabeza —ordena. Obedezco y él me ata el extremo del cinturón de mi bata en la muñeca izquierda y pasa el resto entre las barras metálicas del cabezal de la cama. Tensa el cinturón, de forma que mi brazo izquierdo queda flexionado por encima de mí, y luego me ata la mano derecha, y vuelve a tensar la banda. En cuanto me tiene atada, mirándole, se relaja visiblemente. Le gusta amarrarme. Así no puedo tocarle. Se me ocurre entonces que tampoco ninguna de sus sumisas debe de haberle tocado nunca… y lo que es más, nunca deben de haber tenido la posibilidad de hacerlo. Él nunca ha perdido el control y siempre se ha mantenido a distancia. Por eso le gustan sus normas. Se baja de encima de mí y se inclina para darme un besito en los labios. Luego se levanta y se quita la camisa por encima de la cabeza. Se desabrocha los vaqueros y los tira al suelo. Está gloriosamente desnudo. La diosa que llevo dentro hace un triple salto mortal para bajar de las barras asimétricas, y de pronto se me seca la boca. Realmente es extraordinariamente hermoso. Tiene una silueta de trazo clásico. Espaldas anchas y musculosas y caderas estrechas: el triángulo invertido. Es obvio que lo trabaja. Podría pasarme el día entero mirándole. Se desplaza a los pies de la cama, me sujeta los tobillos y tira de mí hacia abajo, bruscamente, de manera que tengo los brazos tirantes y no puedo moverme. —Así mejor —asegura. Coge la tarrina de helado, se sube a la cama con delicadeza y vuelve a ponerse a horcajadas encima de mí. Retira la tapa de la tarrina muy despacio y hunde la cuchara en ella. —Mmm… todavía está bastante duro —dice arqueando una ceja. Saca una cucharada de vainilla y se la mete en la boca—. Delicioso —susurra y se relame—. Es asombroso lo buena que puede estar esta vainilla sosa y aburrida. —Baja la vista hacia