Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 328

soy como un alcohólico rehabilitado, ¿vale? Es la única comparación que se me ocurre. La cumpulsión ha desaparecido, pero no quiero enfrentarme a la tentación. No quiero hacerte daño. Parece tan lleno de remordimiento, que en ese momento me invade un dolor agudo y persistente. ¿Qué le he hecho a este hombre? ¿He mejorado su vida? Él era feliz antes de conocerme, ¿no es cierto? —No puedo soportar hacerte daño, porque te quiero —añade, mirándome fijamente con expresión de absoluta sinceridad, como un niño pequeño que dice una verdad muy simple. Muestra un aire completamente inocente, que me deja sin aliento. Le adoro más que a nada ni a nadie. Amo a este hombre incondicionalmente. Me lanzo a sus brazos con tanta fuerza que tiene que soltar lo que lleva para cogerme, y le empujo contra la pared. Le sujeto la cara entre las manos, acerco sus labios a los míos y saboreo su sorpresa cuando le meto la lengua en la boca. Estoy en un escalón por encima del suyo: ahora estamos al mismo nivel, y me siento eufórica de poder. Le beso apasionadamente, enredando los dedos en su cabello, y quiero tocarle, por todas partes, pero me reprimo consciente de su temor. A pesar de todo, mi deseo brota, ardoroso y contundente, floreciendo desde lo más profundo. Él gime y me sujeta por los hombros para apartarme. —¿Quieres que te folle en las escaleras? —murmura con la respiración entrecortada—. Porque lo haré ahora mismo. —Sí —musito, y estoy segura de que mi oscura mirada de deseo es igual a la suya. Me fulmina con sus ojos, entreabiertos e impetuosos. —No. Te quiero en mi cama. De pronto me carga sobre sus hombros y yo reacciono con un chillido estridente, y él me da un cachete fuerte en el trasero, y yo chillo otra vez. Se dispone a bajar las escaleras, pero antes se agacha para recoger del suelo la barra separadora. La señora Jones sale del cuarto de servicio cuando atravesamos el pasillo. Nos sonríe, y yo la saludo boca abajo, con expresión de disculpa. No creo que Christian se haya percatado siquiera de su presencia. Al llegar al dormitorio, me deja de pie en el suelo y tira la barra sobre la cama. —Yo no creo que vayas a hacerme daño —susurro. —Yo tampoco creo que vaya a hacerte daño —dice. Me coge la cabeza entre las manos y me besa larga e intensamente, encendiéndome la sangre ya inflamada. —Te deseo tanto —murmura jadeando junto a mi boca—. ¿Estás segura de esto… después de lo de hoy? —Sí. Yo también te deseo. Quiero desnudarte.