Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 325
inclina y saca otras dos.
—Estas son ajustables.
Las levanta para que las examine.
—¿Ajustables?
—Puedes llevarlas muy apretadas… o no. Depende del estado de ánimo.
¿Cómo consigue que suene tan erótico? Trago saliva, y para desviar su
atención saco un artefacto que parece un cortapizzas de dientes muy puntiagudos.
—¿Y esto?
Frunzo el ceño. No creo que en el cuarto de juegos haya nada que hornear.
—Esto es un molinete Wartenberg.
—¿Para…?
Lo coge.
—Dame la mano. Pon la palma hacia arriba.
Le tiendo la mano izquierda, me la sostiene con cuidado y me roza los
nudillos con su pulgar. Me estremezco por dentro. Su piel contra la mía siempre
consigue ese efecto. Luego pasa la ruedecita por encima de la palma.
—¡Ay!
Los dientes me pellizcan la piel: es algo más que dolor. De hecho, me hace
cosquillas.
—Imagínalo sobre tus pechos —murmura Christian lascivamente.
¡Oh! Me ruborizo y aparto la mano. Mi respiración y los latidos de mi
corazón se aceleran.
—La frontera entre el dolor y el placer es muy fina, Anastasia —dice en
voz baja, y se inclina para volver a meter el artilugio en el cajón.
—¿Pinzas de ropa? —susurro.
—Se pueden hacer muchas cosas con pinzas de ropa.
Sus ojos arden.
Me inclino sobre el cajón y lo cierro.
—¿Eso es todo?
Christian parece divertido.
—No.
Abro el cuarto cajón y descubro un amasijo de cuero y correas. Tiro de una
de las correas… y compruebo que lleva una bola atada.
—Una mordaza de bola. Para que estés callada —dice Christian, que sigue
divirtiéndose.
—Límite tolerable —musito.
—Lo recuerdo —dice—. Pero puedes respirar. Los dientes se clavan en la
bola.
Me quita la mordaza y simula con los dedos una boca mordiendo la bola.
—¿Tú has usado alguna de estas? —pregunto.