Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 317
hasta el ascensor. No me suelta.
—Christian, ¿por qué estás tan enfadado conmigo? —susurro mientras
esperamos.
—Ya sabes por qué —musita. Entramos al ascensor y marca el código del
piso—. Dios, si te hubiera pasado algo, a estas horas él ya estaría muerto.
El tono de Christian me congela la sangre. Las puertas se cierran.
—Créeme, voy a arruinar su carrera profesional para que no pueda volver a
aprovecharse de ninguna jovencita nunca más, una excusa muy miserable para un
hombre de su calaña. —Menea la cabeza—. ¡Dios, Ana!
Y de pronto me sujeta y me aprisiona contra una esquina del ascensor.
Hunde una mano en mi pelo y me atrae con fuerza hacia él. Su boca busca la
mía, y me besa con apasionada desesperación. No sé por qué me coge por sorpresa,
pero lo hace. Yo saboreo su alivio, su anhelo y los últimos vestigios de su rabia,
mientras su lengua posee mi boca. Se para, me mira fijamente, y apoya todo su peso
sobre mí, de forma que no puedo moverme. Me deja sin aliento y me aferro a él para
sostenerme. Alzo la mirada hacia su hermoso rostro, marcado por la determinación y la
mayor seriedad.
—Si te hubiera pasado algo… si él te hubiera hecho daño… —Noto el
estremecimiento que recorre su cuerpo—. La BlackBerry —ordena en voz baja—. A
partir de ahora. ¿Entendido?
Yo asiento y trago saliva, incapaz de apartar la vista de su mirada grave y
fascinante.
Cuando el ascensor se para, se yergue y me suelta.
—Dice que le diste una patada en las pelotas.
Christian ha aligerado el tono. Ahora su voz tiene cierto matiz de
admiración, y creo que estoy perdonada.
—Sí —susurro, aún sin recuperarme del todo de la intensidad de su beso y
su vehemente exigencia.
—Bien.
—Ray estuvo en el ejército. Me enseñó muy bien.
—Me alegro mucho de que lo hiciera —musita, y añade arqueando una ceja
—: Lo tendré en cuenta.
Me da la mano, me conduce fuera del ascensor y yo le sigo, aliviada. Me
parece que su mal humor ya no empeorará.
—Tengo que llamar a Barney. No tardaré.
Desaparece en su estudio, y me deja plantada en el inmenso salón. La
señora Jones está dando los últimos toques a nuestra cena. Me doy cuenta de que estoy
hambrienta, pero necesito hacer algo.
—¿Puedo ayudar? —pregunto.
Ella se echa a reír.