Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 311
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Los ojos de Jack tienen un destello azul muy oscuro, y sonríe con aire
despectivo mientras mira con lascivia mi cuerpo de arriba abajo.
El miedo me deja sin respiración. ¿Qué es esto? ¿Qué quiere? De algún
lugar del interior de mi mente y a pesar de mi sequedad de boca, surge la decisión y el
valor para forzarme a decir algunas palabras entre dientes, con el mantra de mi clase
de autodefensa, «Haz que sigan hablando», girando en mi cerebro como un centinela
etéreo.
—Jack, no creo que ahora sea buen momento para esto. Tu taxi llegará
dentro de diez minutos, y tengo que darte todos tus documentos.
Mi voz, tranquila pero ronca, me delata.
Él sonríe, y cuando finalmente esa sonrisa alcanza a sus ojos, tiene un aire
despótico de «me trae totalmente al pairo». Su mirada brilla bajo la cruda luz del tubo
fluorescente sobre nuestras cabezas en este cuarto gris y sin ventanas. Da un paso hacia
mí, sin apartar sus ojos refulgentes de los míos. Le miro, y veo sus pupilas dilatadas, el
negro eclipsando al azul. Oh, Dios. Mi miedo se intensifica.
—¿Sabes?, tuve que pelearme con Elizabeth para darte este trabajo…
Se le quiebra la voz y se acerca un paso más, y yo retrocedo hasta los
desvencijados armarios de la pared. Haz que sigan hablando, que sigan hablando, que
sigan hablando.
—¿Qué problema tienes exactamente, Jack? Si quieres exponer tus quejas,
quizá deberíamos decir a recursos humanos que estén presentes. Podemos hablarlo con
Elizabeth en un entorno más formal.
¿Dónde está el personal de seguridad? ¿Siguen en el edificio?
—No necesitamos a recursos humanos para gestionar esta situación, Ana —
dice desdeñoso—. Cuando te contraté, creí que trabajarías duro. Creía que tenías
potencial. Pero ahora… no sé. Te has vuelto distraída y descuidada. Y me pregunté…
si no sería tu novio el que te estaba llevando por el mal camino.
Pronuncia «novio» con un desprecio espeluznante.
—Decidí revisar tu cuenta de correo electrónico, para ver si podía
encontrar alguna pista. ¿Y sabes qué encontré, Ana? ¿Sabes lo que no cuadraba? Los
únicos e-mails personales de tu cuenta eran para el egocéntrico de tu novio. —Se para
y evalúa mi reacción—. Y me puse a pensar… ¿dónde están los e-mails que le envía
él? No hay ninguno. Nada. Cero. Dime, ¿qué está pasando, Ana? ¿Cómo puede ser que
los e-mails que te envía él no aparezcan en nuestro sistema? ¿Eres una especie de espía
empresarial que ha colocado aquí la organización de Grey? ¿Es eso?