Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Página 306
Una vez me dijo que no podía ni imaginar siquiera hasta dónde llegaba su
depravación. Bueno, ahora ya me lo ha contado y, conociendo cómo fueron los
primeros años de su vida, no me sorprende… aunque me impactó mucho oírlo en voz
alta. Al menos me lo ha contado… y parece más feliz después de haberlo hecho. Ahora
lo sé todo.
¿Eso devalúa su amor por mí? No, no lo creo. Él nunca se había sentido así,
ni yo tampoco. Esto es nuevo para ambos.
Los ojos se me llenan de lágrimas al recordar que, cuando dejó que le
tocara anoche, cayeron sus últimas barreras. Y que tuvo que aparecer Leila con toda su
locura para que llegáramos a ese punto.
Tal vez debería estar agradecida. Ahora, el hecho de que él la bañara ya no
me deja un sabor tan amargo. Me pregunto qué ropa le dio. Espero que no fuera el
vestido de color ciruela. Me gusta mucho ese vestido.
Así que ¿puedo amar incondicionalmente a ese hombre con todos sus
conflictos? Porque no merece menos que eso. Todavía tiene que aprender límites, y
pequeñas cosas como la empatía, y a ser menos controlador. Dice que ya no siente la
compulsión de hacerme daño; quizá el doctor Flynn pueda arrojar algo de luz sobre
eso.
Fundamentalmente, eso es lo que más me preocupa: que necesite eso y que
siempre haya encontrado mujeres afines que también lo necesitaban. Frunzo el ceño. Sí,
esa es la seguridad que necesito. Quiero ser todas las cosas para este hombre, su Alfa
y su Omega y todo lo que hay en medio, porque él lo es todo para mí.
Espero que Flynn pueda contestar a todas mis preguntas, y quizá entonces
podré decir que sí. Christian y yo encontraremos nuestro propio trozo de cielo cerca
del sol.
Contemplo el bullicio de Seattle a la hora de comer. Señora de Christian
Grey… ¿quién lo iba a decir? Miro el reloj. ¡Oh, no! Me levanto de un salto y salgo
corriendo hacia la puerta: llevo una hora entera sentada aquí… ¡qué rápido ha pasado
el tiempo! ¡Jack se va a poner como una fiera!
***
Vuelvo sigilosamente a mi mesa. Por suerte, él no está en su despacho.
Parece ser que me voy a librar. Miro fijamente la pantalla de mi ordenador, tratando de
que mi mente se ponga en modo trabajo.
—¿Dónde estabas?
Pego un salto. Jack está detrás de mí con los brazos cruzados.
—En el sótano, haciendo fotocopias —miento.
Él aprieta los labios, que se convierten en una línea fina, inflexible.
—A las seis y media tengo que salir para el aeropuerto. Necesito que te
quedes hasta entonces.
—De acuerdo.