Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Página 295
Se inclina y me besa. Me observa un momento.
—Eres tan valiosa para mí, Ana. Decía en serio lo de casarme contigo. Así
podremos conocernos. Yo puedo cuidar de ti. Tú puedes cuidar de mí. Podemos tener
hijos, si quieres. Yo pondré el mundo a tus pies, Anastasia. Te quiero, en cuerpo y
alma, para siempre. Por favor, piénsalo.
—Lo pensaré, Christian, lo pensaré —le tranquilizo, y todo me da vueltas
otra vez. ¿Hijos? Santo Dios—. Pero realmente me gustaría hablar con el doctor Flynn,
si no te importa.
—Por ti lo que sea, nena. Lo que sea. ¿Cuándo te gustaría verle?
—Lo antes posible.
—De acuerdo. Mañana me ocuparé de ello. —Echa un vistazo al reloj—.
Es tarde. Deberíamos dormir.
Alarga un brazo para apagar la luz de la mesita y me atrae hacia él.
Miro el reloj. Oh, no: las cuatro menos cuarto.
Me envuelve en sus brazos, pega la frente a mi espalda y me acaricia el
cuello con la nariz.
—Te quiero, Ana Steele, y quiero que estés a mi lado, siempre —murmura
mientras me besa el cuello—. Ahora duerme.
Yo cierro los ojos.
***
Abro a regañadientes mis párpados pesados y una brillante luz inunda la
habitación. Dejo escapar un gruñido. Me siento aturdida, desconectada de las
extremidades que siento como el plomo, y Christian me envuelve pegado a mí como la
hiedra. Como de costumbre, tengo demasiado calor. Deben de ser las cinco de la
mañana; el despertador aún no ha sonado. Me muevo para librarme del calor que emite
su cuerpo, dándome la vuelta en sus brazos, y él balbucea algo ininteligible en sueños.
Miro el reloj: las nueve menos cuarto.
Oh, no, voy a llegar tarde. Maldita sea. Salgo dando tumbos de la cama y
corro al baño. Tardo cuatro minutos en ducharme y volver a salir.
Christian está sentado en la cama, mirándome con gesto de diversión mal
disimulada mezclada con cautela, mientras yo sigo secándome y cogiendo la ropa.
Quizá esté esperando mi reacción a las revelaciones de anoche. Pero ahora mismo,
sencillamente, no tengo tiempo.
Repaso la ropa elegida: pantalones negros, camisa negra… todo un poco
señora R., pero ahora no puedo perder un segundo cambiando de estilismo. Me pongo
con prisas un sujetador y unas bragas negras, consciente de que él observa todos mis
movimientos. Me pone… nerviosa. Las bragas y el sujetador servirán.
—Estás muy guapa —ronronea Christian desde la cama—. ¿Sabes?, puedes
llamar y decir que estás enferma.
Me obsequia con esa media sonrisa devastadora, ciento cincuenta por