Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 287
de ginebra y se ha incorporado muy erguida en su butaca, mirándome horrorizada.
Christian vacila y su boca se convierte en una fina línea.
—Hablamos, y luego la bañé. —Su voz suena ronca, y, al ver que no
reacciono, se apresura a continuar—: Y la vestí con ropa tuya. Espero que no te
importe. Pero es que estaba mugrienta.
Por Dios santo. ¿La bañó?
Qué gesto tan extraño e inapropiado… La cabeza me da vueltas y miro
fijamente los macarrones que no me he comido. Y ahora esa imagen me produce
náuseas.
Intenta racionalizarlo, me aconseja mi subconsciente. Aunque la parte
serena e intelectual de mi cerebro sabe que lo hizo simplemente porque estaba sucia,
me resulta demasiado duro. Mi ser frágil y celoso no es capaz de soportarlo.
De pronto tengo ganas de llorar: no de sucumbir a ese llanto de damisela
que surca con decoro mis mejillas, sino a ese otro que aúlla a la luna. Inspiro
profundamente para reprimir el impulso, pero esas lágrimas y esos sollozos reprimidos
me arden en la garganta.
—No podía hacer otra cosa, Ana —dice él en voz baja.
—¿Todavía sientes algo por ella?
—¡No! —contesta horrorizado, y cierra los ojos con expresión de angustia.
Yo aparto la mirada y la bajo otra vez a mi nauseabunda comida. No soy
capaz de mirarle.
—Verla así… tan distinta, tan destrozada. La atendí, como habría hecho con
cualquier otra persona.
Se encoge de hombros como para librarse de un recuerdo desagradable.
Vaya, ¿y encima espera que le compadezca?
—Ana, mírame.
No puedo. Sé que si lo hago, me echaré a llorar. No puedo digerir todo
esto. Soy como un depósito rebosante de gasolina, lleno, desbordado. Ya no hay
espacio para más. Sencillamente no puedo soportar más toda esta angustia. Si lo
intento, arderé y explotaré y será muy desagradable. ¡Dios!
La imagen aparece en mi mente: Christian ocupándose de un modo tan
íntimo de su antigua sumisa. Bañándola, por Dios santo… desnuda. Un estremecimiento
de dolor recorre mi cuerpo.
—Ana.
—¿Qué?
—No pienses en eso. No significa nada. Fue como cuidar de un niño, un
niño herido, destrozado —musita.
¿Qué demonios sabrá él de cuidar niños? Esa era una mujer con la que tuvo
una relación sexual devastadora y perversa.
Ay, esto duele… Respiro firme y profundamente. O tal vez se refiera a sí