Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 28

es la arrogancia personificada. Sabe que no entiendo nada de vinos. —Escoge tú —contesto, hosca pero escarmentada. —Dos copas de Shiraz del valle de Barossa, por favor. —Esto… ese vino solo lo servimos por botella, señor. —Pues una botella —espeta Christian. —Señor —se retira dócilmente, y no le culpo por ello. Miro ceñuda a Cincuenta. ¿Qué le carcome? Ah, probablemente sea yo, y en algún lugar de lo más profundo de mi mente, la diosa que llevo dentro se alza somnolienta y sonríe. Ha estado durmiendo una temporada. —Estás muy arisco. Me mira impasible. —Me pregunto por qué será. —Bueno, está bien establecer el tono para una charla íntima y sincera sobre el futuro, ¿no te parece? Le sonrío con dulzura. Aprieta la boca dibujando una línea firme, pero luego, casi de mala gana, sus labios se curvan hacia arriba y sé que está intentando disimular una sonrisa. —Lo siento —dice. —Disculpas aceptadas, y me complace informarte de que no he decidido convertirme en vegetariana desde la última vez que comimos. —Eso es discutible, dado que esa fue la última vez que comiste. —Ahí esta otra vez esa palabra: «discutible». —Discutible —dice con buen humor, y su mirada se suaviza. Se pasa la mano por el pelo y vuelve a ponerse serio—. Ana, la última vez que hablamos me dejaste. Estoy un poco nervioso. Te he dicho que quiero que vuelvas, y tú has dicho… nada. Tiene una mirada intensa y expectante, y un candor que me desarma totalmente. ¿Qué demonios digo a eso? —Te he extrañado… te he extrañado realmente, Christian. Estos últimos días han sido… difíciles. Trago saliva, y siento crecer un nudo en la garganta al recordar mi desesperada angustia desde que le dejé. Esta última semana ha sido la peor de mi vida, un dolor casi indescriptible. No se puede comparar con nada. Pero la realidad me golpea y me devuelve a mi sitio. —No ha cambiado nada. Yo no puedo ser lo que tú quieres que sea —digo, forzando a las palabras a pasar a través del nudo de mi garganta. —Tú eres lo que yo quiero que seas —dice en voz baja y enfática. —No, Christian, no lo soy. —Estás enfadada por lo que pasó la última vez. Me porté como un idiota. Y