Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 276
Sollozo y me seco la nariz con el dorso de la mano, contemplando su
expresión impasible.
Oh, es tan exasperante. ¡Habla conmigo, maldita sea!
—¿Vas a quedarte aquí arrodillado toda la noche? Porque yo haré lo mismo
—le espeto con cierta dureza.
Creo que suaviza el gesto… incluso parece vagamente divertido. Pero es
muy difícil saberlo.
Podría acercarme y tocarle, pero eso sería abusar de forma flagrante de la
posición en la que él me ha colocado. Yo no quiero eso, pero no sé qué quiere él, o
qué intenta decirme. Simplemente no lo entiendo.
—Christian, por favor, por favor… háblame —le ruego, mientras retuerzo
las manos sobre el regazo.
Aunque estoy incómoda sobre mis rodillas, sigo postrada, mirando esos
ojos grises, serios, preciosos, y espero.
Y espero.
Y espero.
—Por favor —suplico una vez más.
De pronto, su intensa mirada se oscurece y parpadea.
—Estaba tan asustado —murmura.
¡Oh, gracias a Dios! Mi subconsciente vuelve a recostarse en su butaca,
suspirando de alivio, y se bebe un buen trago de ginebra.
¡Está hablando! La gratitud me invade y trago saliva intentando contener la
emoción y las lágrimas que amenazan con volver a brotar.
Su voz es tenue y suave.
—Cuando vi llegar a Ethan, supe que otra persona te había dejado entrar en
tu apartamento. Taylor y yo bajamos del coche de un salto. Sabíamos que se trataba de
ella, y verla allí de ese modo, contigo… y armada. Creo que me sentí morir. Ana,
alguien te estaba amenazando… era la confirmación de mis peores miedos. Estaba tan
enfurecido con ella, contigo, con Taylor, conmigo mismo…
Menea la cabeza, expresando su angustia.
—No podía saber lo desequilibrada que estaba. No sabía qué hacer. No
sabía cómo reaccionaría. —Se calla y frunce el ceño—. Y entonces me dio una pista:
parecía muy arrepentida. Y así supe qué tenía que hacer.
Se detiene y me mira, intentando sopesar mi reacción.
—Sigue —susurro.
Él traga saliva.
—Verla en ese estado, saber que yo podía tener algo que ver con su crisis
nerviosa… —Cierra los ojos otra vez—. Leila fue siempre tan traviesa y vivaz…
Tiembla e inspira con dificultad, como si sollozara. Es una tortura escuchar
todo esto, pero permanezco de rodillas, atenta, embebida en su relato.