Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 277

—Podría haberte hecho daño. Y habría sido culpa mía. Sus ojos se apagan, paralizados por el horror, y se queda de nuevo en silencio. —Pero no fue así —susurro—, y tú no eras responsable de que estuviera en ese estado, Christian. Le miro fijamente, animándole a continuar. Entonces caigo en la cuenta de que todo lo que hizo fue para protegerme, y quizá también a Leila, porque también se preocupa por ella. Pero ¿hasta qué punto se preocupa por ella? No dejo de plantearme esa incómoda pregunta. Él dice que me quiere, pero me echó de mi propio apartamento con mucha brusquedad. —Yo solo quería que te fueras —murmura, con su extraordinaria capacidad para leer mis pensamientos—. Quería alejarte del peligro y… Tú… no… te ibas — sisea entre dientes, y su exasperación es palpable. Me mira intensamente. —Anastasia Steele, eres la mujer más tozuda que conozco. Cierra los ojos mientras niega con la cabeza, como si no diera crédito. Oh, ha vuelto. Aliviada, lanzo un largo y profundo suspiro. Él abre los ojos de nuevo, y su expresión es triste y desamparada… sincera. —¿No pensabas dejarme? —pregunta. —¡No! Vuelve a cerrar los ojos y todo su cuerpo se relaja. Cuando los abre, veo su dolor y su angustia. —Pensé… —Se calla—. Este soy yo, Ana. Todo lo que soy… y soy todo tuyo. ¿Qué tengo que hacer para que te des cuenta de eso? Para hacerte ver que quiero que seas mía de la forma que tenga que ser. Que te quiero. —Yo también te quiero, Christian, y verte así es… —Me falta el aire y vuelven a brotar las lágrimas—. Pensé que te había destrozado. —¿Destrozado? ¿A mí? Oh, no, Ana. Todo lo contrario. —Se acerca y me coge la mano—. Tú eres mi tabla de salvación —susurra, y me besa los nudillos antes de apoyar su palma contra la mía. Con los ojos muy abiertos y llenos de miedo, tira suavemente de mi mano y la coloca sobre su pecho, cerca del corazón… en la zona prohibida. Se le acelera la respiración. Su corazón late desbocado, retumbando bajo mis dedos. No aparta los ojos de mí; su mandíbula está tensa, los dientes apretados. Yo jadeo. ¡Oh, mi Cincuenta! Está permitiendo que le toque. Y es como si todo el aire de mis pulmones se hubiera volatilizado… desaparecido. Noto el zumbido de la sangre en mis oídos, y el ritmo de mis latidos aumenta para acompasarse al suyo. Me suelta la mano, dejándola posada sobre su corazón. Flexiono ligeramente los dedos y siento la calidez de su piel bajo la liviana tela de la camisa.