Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 275
de recuperarle.
Él abre los ojos imperceptiblemente cuando alzo la vista y le miro, pero,
aparte de eso, ni su expresión ni su postura cambian.
—Christian, no tienes por qué hacer esto —suplico—. Yo no voy a dejarte.
Te lo he dicho y te lo he repetido cientos de veces. No te dejaré. Todo esto que ha
pasado… es abrumador. Lo único que necesito es tiempo para pensar… tiempo para
mí. ¿Por qué siempre te pones en lo peor?
Se me encoge nuevamente el corazón, porque sé la razón: porque es
inseguro, y está lleno de odio hacia sí mismo.
Las palabras de Elena vuelven a resonar en mi mente: «¿Sabe ella lo
negativo que eres contigo mismo? ¿En todos los aspectos?».
Oh, Christian. El miedo atenaza de nuevo mi corazón y empiezo a
balbucear:
—Iba a sugerir que esta noche volvería a mi apartamento. Nunca me dejas
tiempo… tiempo para pensar las cosas. —Rompo a sollozar, y en su cara aparece la
levísima sombra de un gesto de disgusto—. Simplemente tiempo para pensar. Nosotros
apenas nos conocemos, y toda esa carga que tú llevas encima… yo necesito… necesito
tiempo para analizarla. Y ahora que Leila está… bueno, lo que sea que esté… que ya
no anda por ahí y ya no es un peligro… pensé… pensé…
Se me quiebra la voz y le miro fijamente. Él me observa intensamente y
creo que me está escuchando.
—Verte con Leila… —cierro los ojos ante el doloroso recuerdo de verle
interactuando con su antigua sumisa—… me ha impactado terriblemente. Por un
momento he atisbado cómo había sido tu vida… y… —Bajo la vista hacia mis dedos
entrelazados. Mis mejillas siguen inundadas de lágrimas—. Todo esto es porque siento
que yo no soy suficiente para ti. He comprendido cómo era tu vida, y tengo mucho
miedo de que termines aburriéndote de mí y entonces me dejes… y yo acabe siendo
como Leila… una sombra. Porque yo te quiero, Christian, y si me dejas, será como si
el mundo perdiera la luz. Y me quedaré a oscuras. Yo no quiero dejarte. Pero tengo
tanto miedo de que tú me dejes…
Mientras le digo todo eso, con la esperanza de que me escuche, me doy
cuenta de cuál es mi verdadero problema. Simplemente no entiendo por qué le gusto.
Nunca he entendido por qué le gusto.
—No entiendo por qué te parezco atractiva —murmuro—. Tú eres…
bueno, tú eres tú… y yo soy… —Me encojo de hombros y le miro—. Simplemente no
lo entiendo. Tú eres hermoso y sexy y triunfador y bueno y amable y cariñoso… todas
esas cosas… y yo no. Y yo no puedo hacer las cosas que a ti te gusta hacer. Yo no
puedo darte lo que necesitas. ¿Cómo puedes ser feliz conmigo? —Mi voz se convierte
en un susurro que expresa mis más oscuros miedos—. Nunca he entendido qué ves en
mí. Y verte con ella no ha hecho más que confirmarlo.