Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 248

reacción, pero yo adoré a aquel bebé desde el primer momento. La primera palabra que dije fue «Mia». Recuerdo mi primera clase de piano. La señorita Kathie, la profesora, era extraordinaria. Y también criaba caballos. Sonríe con nostalgia. —Dijiste que tu madre te salvó la vida. ¿Cómo? Su expresión soñadora desaparece, y me mira como si yo fuera incapaz de sumar dos más dos. —Me adoptó —dice sin más—. La primera vez que la vi creí que era un ángel. Iba vestida de blanco, y fue tan dulce y tranquilizadora mientras me examinaba… Nunca lo olvidaré. Si ella me hubiera rechazado, o si Carrick me hubiera rechazado… —Se encoge de hombros y echa un vistazo al despertador a su espalda—. Todo esto es un poco demasiado profundo para esta hora de la mañana —musita. —Me he prometido a mí misma que te conocería mejor. —¿Ah, sí, señorita Steele? Yo creía que solo quería saber si prefería café o té. —Sonríe—. De todas formas, se me ocurre una forma mejor de que me conozcas — dice, empujando las caderas hacia mí sugerentemente. —Creo que en ese sentido ya te conozco bastante —replico con altivez, haciéndole sonreír aún más. —Pues yo creo que nunca te conoceré bastante en ese sentido —murmura —. Está claro que despertarse contigo tiene ventajas —dice en un tono seductor que me derrite por dentro. —¿Tienes que levantarte ya? —pregunto con voz baja y ronca. Oh… lo que provoca en mí… —Esta mañana no. Ahora mismo solo deseo estar en un sitio, señorita Steele —dice con un brillo lascivo en los ojos. —¡Christian! —jadeo sobresaltada cuando, de pronto, le tengo encima, sujetándome contra la cama. Me coge las manos, me las coloca sobre la cabeza y empieza a besarme el cuello. —Oh, señorita Steele. —Sonríe con su boca contra mi piel, y su mano recorre mi cuerpo y empieza a levantar despacio el camisón de satén, provocándome unos calambres deliciosos—. Ah, lo que me gustaría hacerte —murmura. Y el interrogatorio se acaba, y yo estoy perdida. La señora Jones me sirve tortitas y beicon para desayunar, y una tortilla y beicon para Christian. Estamos sentados de lado frente a la barra, cómodos y en silencio. —¿Cuándo conoceré a Claude, tu entrenador, para ponerle a prueba? — pregunto. Christian me mira y sonríe. —Depende de si quieres ir a Nueva York este fin de semana o no; a menos