Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 229

Me lo quedo mirando. ¿Qué contesto a eso? —Que pases una buena noche, Ana. Jack sonríe, pero esa sonrisa no se refleja en sus ojos, y regresa a toda prisa a su despacho sin volver la vista. Suspiro, aliviada. Bien, puede que este problema ya esté solucionado. Cincuenta ha vuelto a obrar su magia. Su nombre me basta como talismán, y ha hecho que ese hombre se retirara con la cola entre las piernas. Me permito una sonrisita victoriosa. ¿Lo ves, Christian? Incluso tu nombre me protege; no tienes que molestarte en tomar esas medidas tan drásticas. Ordeno mi mesa y miro el reloj. Christian ya debe de estar fuera. El Audi está aparcado en la acera, y Taylor se apresura a bajar para abrirme la puerta de atrás. Nunca me he alegrado tanto de verle, y entro a toda prisa en el coche para guarecerme. Christian está en el asiento de atrás, y clava en mí sus ojos, muy abiertos y prudentes. Con la mandíbula tensa y prieta, preparado para mi rabia. —Hola —musito. —Hola —contesta con cautela. Se me acerca, me coge la mano y la aprieta fuerte, y se me derrite un poco el corazón. Estoy muy confusa. Ni siquiera he decidido qué tengo que decirle. —¿Sigues enfadada? —No lo sé —murmuro. Él levanta mi mano y me acaricia los nudillos con besos livianos y delicados. —Ha sido un día espantoso —dice. —Sí, es verdad. Pero, por primera vez desde que se fue a trabajar esta mañana, empiezo a relajarme. Solo estar con él es como un bálsamo relajante, y todos esos líos con Jack, y el intercambio de e-mails beligerantes, y el incordio añadido que supone Elena, se desvanecen. Solo estamos yo y mi controlador obsesivo, en la parte de atrás del coche. —Ahora que estás aquí ha mejorado —dice en voz baja. Seguimos sentados en silencio mientras Taylor avanza entre el tráfico vespertino, ambos meditabundos y contemplativos; pero noto que Christian también se va relajando lentamente, mientras pasa el pulgar suavemente sobre mis nudillos con un ritmo tenue y calmo. Taylor nos deja en la puerta del edificio del apartamento, y ambos nos refugiamos rápidamente en el interior. Christian me coge la mano mientras esperamos el ascensor, y sus ojos controlan la entrada del edificio. —Deduzco que todavía no habéis encontrado a Leila. —No. Welch sigue buscándola —reconoce, consternado. Llega el ascensor y entramos. Christian baja la vista hacia mí con sus ojos