Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 226
había alguien vigilándome. Me enfurece pensarlo.
—Por esto es por lo que no quería que volvieras al trabajo —gruñe
Christian.
—Christian, por favor. Estás siendo… —tan Cincuenta—… muy agobiante.
—¿Agobiante? —susurra, sorprendido.
—Sí. Tienes que dejar de hacer esto. Hablaré contigo esta noche.
Desgraciadamente, hoy tengo que trabajar hasta tarde porque no puedo ir a Nueva
York.
—Anastasia, yo no quiero agobiarte —dice en voz baja, horrorizado.
—Bien, pues lo haces. Y ahora tengo trabajo. Ya hablaremos luego.
Cuelgo. Estoy rendida y ligeramente deprimida.
Después de un fin de semana maravilloso, la realidad se impone. Nunca he
tenido tantas ganas de marcharme. Huir a algún lugar tranquilo y apartado donde pueda
reflexionar sobre este hombre, sobre cómo es y sobre cómo tratar con él. En cierta
medida sé que es una persona destrozada —ahora lo veo claramente—, y eso resulta
desgarrador y agotador a la vez. A partir de los pocos retazos de información sobre su
vida que me ha dado, entiendo por qué. Un niño que no recibió el amor que necesitaba;
un entorno de malos tratos espantoso; una madre incapaz de protegerle y que murió
delante de él.
Me estremezco. Mi pobre Cincuenta… Soy suya, pero no para tenerme
encerrada en una jaula dorada. ¿Cómo voy a conseguir que entienda eso?
Sintiendo un gran peso en el corazón, me pongo sobre el regazo uno de los
manuscritos que Jack quiere que resuma y sigo leyendo. No se me ocurre ninguna
solución sencilla para el problema del control enfermizo de Christian. Tendré que
hablarlo con él más tarde, cara a cara.
Al cabo de media hora, Jack me envía un documento que debo adecentar y
pulir para que mañana puedan imprimirlo a tiempo para el congreso. Eso me llevará
toda la tarde e incluso hasta la noche. Me pongo a ello.
Cuando levanto la vista, son más de las siete y la oficina está desierta,
aunque aún hay luz en el despacho de Jack. No me había dado cuenta de que todo el
mundo se había ido, pero ya casi he terminado. Le vuelvo a mandar el documento a
Jack para que lo apruebe, y reviso mi bandeja de entrada. No hay nada de Christian,
así que echo un vistazo rápido a mi BlackBerry, y justo en ese momento me sobresalta
su zumbido: es Christian.
—Hola —murmuro.
—Hola, ¿cuándo acabarás?
—Hacia las siete y media, creo.
—Te esperaré fuera.
—Vale.
Se le nota muy callado, nervioso incluso. ¿Por qué? ¿Estará temeroso de mi