Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 210
seguridad. —Frunce el ceño—. ¿Verdad?
—Supongo que no —murmuro. Madre mía… ¿cómo voy a saberlo?—. Te
lo prometo.
Busca en mi rostro alguna señal de que a mi convicción le falte coraje, y yo
me siento nerviosa, pero excitada también. Me hace muy feliz hacer esto, ahora que sé
que él me quiere. Para mí es muy sencillo, y ahora mismo no quiero pensarlo
demasiado.
Poco a poco aparece una enorme sonrisa en su cara. Empieza a
desabrocharme la camisa y sus diestros dedos terminan enseguida, pero no me la quita.
Se inclina y coge el taco.
Oh, Dios ¿qué va a hacer con eso? Me estremezco de miedo.
—Juega muy bien, señorita Steele. Debo decir que estoy sorprendido. ¿Por
qué no metes la bola negra?
Se me pasa el miedo y hago un pequeño mohín, preguntándome por qué
tiene que sorprenderse este cabrón sexy y arrogante. La diosa que llevo dentro está
calentando en segundo plano, haciendo sus ejercicios en el suelo… con una sonrisa
henchida de satisfacción.
Yo coloco la bola blanca. Christian da una vuelta alrededor de la mesa y se
pone detrás de mí cuando me inclino para hacer mi tirada. Pone la mano sobre mi
muslo derecho y sus dedos me recorren la pierna, arriba y abajo, hasta el culo y
vuelven a bajar con una leve caricia.
—Si sigues haciendo eso, fallaré —musito con los ojos cerrados,
deleitándome en la sensación de sus manos sobre mí.
—No me importa si fallas o no, nena. Solo quería verte así: medio vestida,
recostada sobre mi mesa de billar. ¿Tienes idea de lo erótica que estás en este
momento?
Enrojezco, y la diosa que llevo dentro sujeta una rosa entre los dientes y
empieza a bailar un tango. Inspiro profundamente e intento no hacerle caso, y me
coloco para tirar. Es imposible. Él me acaricia el trasero, una y otra vez.
—Superior izquierda —digo en voz baja, y le doy a la bola.
Él me pega un cachete, fuerte, directamente sobre las nalgas.
Es algo tan inesperado que chillo. La blanca golpea la negra, que rebota
contra el almohadillado de la tronera y se sale. Christian vuelve a acariciarme el
trasero.
—Oh, creo que has de volver a intentarlo —susurra—. Tienes que
concentrarte, Anastasia.
Ahora jadeo, excitada por este juego. Él se dirige hacia el extremo de la
mesa, vuelve a colocar la bola negra, y luego hace rodar la blanca hacia mí. Tiene un
aspecto tan carnal, con sus ojos oscuros y una sonrisa maliciosa… ¿Cómo voy a
resistirme a este hombre? Cojo la bola y la alineo, dispuesta a tirar otra vez.