Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 20
Estamos en un almacén rehabilitado: paredes de ladrillo, suelos de madera
oscura, techos blancos y tuberías del mismo color. Es espacioso y moderno, y hay
bastantes personas deambulando por la galería, bebiendo vino y admirando la obra de
José. Al darme cuenta de que José ha cumplido su sueño, mis problemas se desvanecen
por un momento. ¡Así se hace, José!
—Buenas noches y bienvenidos a la exposición de José Rodríguez —nos
da la bienvenida una mujer joven vestida de negro, con el pelo castaño muy corto, los
labios pintados de rojo brillante y unos enormes pendientes de aro.
Me echa un breve vistazo, luego otro a Christian, mucho más prolongado de
lo estrictamente necesario, después vuelve a mirarme, pestañea y se ruboriza.
Arqueo una ceja. Es mío… o lo era. Me esfuerzo por no mirarla mal, y
cuando sus ojos vuelven a centrarse, pestañea de nuevo.
—Ah, eres tú, Ana. Nos encanta que tú también formes parte de todo esto.
Sonríe, me entrega un folleto y me lleva a una mesa con bebidas y un
refrigerio.
—¿La conoces?
Christian frunce el ceño.
Yo digo que no con la cabeza, igualmente desconcertada.
Él encoge los hombros, con aire distraído.
—¿Qué quieres beber?
—Una copa de vino blanco, gracias.
Hace un gesto de contrariedad, pero se muerde la lengua y se dirige al
servicio de bar.
—¡Ana!
José se acerca presuroso a través de un nutrido grupo de gente.
¡Madre mía! Lleva traje. Tiene buen aspecto y me sonríe. Me abre los
brazos, me estrecha con fuerza. Y hago cuanto puedo para no echarme a llorar. Mi
amigo, mi único amigo ahora que Kate está fuera. Tengo los ojos llenos de lágrimas.
—Ana, me alegro muchísimo de que hayas venido —me susurra al oído, y
de pronto se calla, me aparta un poco y me observa.
—¿Qué?
—Oye, ¿estás bien? Pareces… bueno, rara. Dios mío, ¿has perdido peso?
Parpadeo para no llorar. Él también… no.
—Estoy bien, José. Y muy contenta por ti. Felicidades por la exposición.
Al ver la preocupación reflejada en su cara tan familiar, se me quiebra la
voz, pero he de guardar la compostura.
—¿Cómo has venido? —pregunta.
—Me ha traído Christian —digo con repentino recelo.
—Ah. —A José le cambia la cara, se le ensombrece el gesto y me suelta—.
¿Dónde está?