Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 188

bajar la cremallera dejo que mis dedos se demoren, resiguiendo su erección a través de la suave tela. Él flexiona las caderas hacia la palma de mi mano y cierra los ojos unos segundos, disfrutando de mi caricia. —Eres cada vez más audaz, Ana, más valiente —musita, sujetándome la cara con las dos manos e inclinándose para besarme con ardor. Pongo las manos en sus caderas, la mitad sobre su piel fría y la otra mitad sobre la cintura caída de sus vaqueros. —Tú también —murmuro pegada a sus labios, mientras mis pulgares trazan lentos círculos sobre su piel y él sonríe. —Allá voy. Llevo las manos hasta la parte delantera de sus pantalones y bajo la cremallera. Mis intrépidos dedos atraviesan su vello púbico hasta su erección, y la cojo con firmeza. Su garganta emite un ruido sordo, impregnándome con su suave aliento, y vuelve a besarme con ternura. Mientras muevo mi mano por su miembro, rodeándolo, acariciándolo, apretándolo, él me rodea con el brazo y apoya la palma de la mano derecha con los dedos separados en mitad de mi espalda. Con la mano izquierda en mi pelo, me retiene pegada a sus labios. —Oh, te deseo tanto, nena —gime, y de repente se echa hacia atrás para quitarse pantalones y calzoncillos con un movimiento ágil y rápido. Es una maravilla poder contemplar sin ropa cada milímetro de su cuerpo. Es perfecto. Solo las cicatrices profanan su belleza, pienso con tristeza. Y son mucho más profundas que las de la simple piel. —¿Qué pasa, Ana? —murmura, y me acaricia tiernamente la mejilla con los nudillos. —Nada. Ámame, ahora. Me coge en sus brazos y me besa, entrelazando sus dedos en mis cabellos. Nuestras lenguas se enroscan, me lleva otra vez a la cama, me coloca encima con delicadeza y luego se tumba a mi lado. Me recorre la línea de la mandíbula con la nariz mientras yo hundo las manos en su pelo. —¿Sabes hasta qué punto es exquisito tu aroma, Ana? Es irresistible. Sus palabras logran, como siempre, inflamarme la sangre, acelerarme el pulso, y él desliza la nariz por mi garganta y a través de mis senos, mientras me besa con reverencia. —Eres tan hermosa —murmura, y me atrapa un pezón con la boca y chupa despacio. Gimo y mi cuerpo se arquea sobre la cama. —Quiero oírte, nena. Baja las manos a mi cintura, y yo me regodeo con el tacto de sus caricias,