Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 187

Dejo caer la camisa al suelo y me dispongo a desabrocharme los vaqueros. —Para —ordena—. Siéntate. Me siento en el borde de la cama y, con un ágil movimiento, él se arrodilla delante de mí, me desanuda primero una zapatilla, luego la otra, y me las quita junto con los calcetines. Me coge el pie izquierdo, lo levanta, me da un suave beso en la base del pulgar y luego me roza con la punta de los dientes. —¡Ah! —gimo al notar el efecto en mi entrepierna. Se pone de pie con elegancia, me tiende la mano y me aparta de la cama. —Continúa —dice, y retrocede un poco para contemplarme. Yo me bajo la cremallera de los vaqueros, meto los pulgares en la cintura y deslizo la prenda por mis piernas. En sus labios juguetea una sonrisa, pero sus ojos siguen sombríos. Y no sé si es porque me hizo el amor esta mañana, y me refiero a hacerme realmente el amor, con dulzura, con cariño, o si es por su declaración apasionada —«sí… te quiero»—, pero no siento la menor vergüenza. Quiero ser sexy para este hombre. Merece que sea sexy para él… y hace que me sienta sexy. Vale, esto es nuevo para mí, pero estoy aprendiendo gracias a su experta tutela. Y la verdad es que para él es algo nuevo también. Eso equilibra las cosas entre los dos, un poco, creo. Llevo un par de prendas de mi ropa interior nueva: un mini-tanga blanco de encaje y un sujetador a juego, de una lujosa marca y todavía con la etiqueta del precio. Me quito los vaqueros y me quedo allí plantada para él, con la lencería por la que ha pagado, pero ya no me siento vulgar… me siento suya. Me desabrocho el sujetador por la espalda, bajo los tirantes por los brazos y lo dejo sobre mi blusa. Me bajo el tanga despacio, lo dejo caer hasta los tobillos y salgo de él con un elegante pasito, sorprendida por mi propio estilo. Estoy de pie ante él, desnuda y sin la menor vergüenza, y sé que es porque me quiere. Ya no tengo que esconderme. Él no dice nada, se limita a mirarme fijamente. Solo veo su deseo, su adoración incluso, y algo más, la profundidad de su necesidad… la profundidad de su amor por mí. Él se lleva la mano hasta la cintura, se levanta el jersey beis y se lo quita por la cabeza, seguido de la camiseta, sin apartar de mí sus vívidos ojos grises. Luego se quita los zapatos y los calcetines, antes de disponerse a desabrochar el botón de sus vaqueros. Doy un paso al frente, y susurro: —Déjame. Frunce momentáneamente los labios en una muda exclamación, y sonríe: —Adelante. Avanzo hacia él, introduzco mis osados dedos por la cintura de sus pantalones y tiro de ellos, para ob