Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 182
—Sí. —Christian le dirige a Mac una sonrisa maliciosa—. ¿Una vuelta
rápida, Anastasia?
—Sí, por favor.
Le sigo al interior de la cabina. Frente a nosotros hay un sofá de piel beis
en forma de L, y sobre él, un enorme ventanal curvo ofrece una vista panorámica del
puerto deportivo. A la izquierda está la zona de la cocina, muy elegante y bien
equipada, toda de madera clara.
—Este es el salón principal. Junto con la cocina —dice Christian,
señalándola con un vago gesto.
Me coge de la mano y me lleva por la cabina principal. Es
sorprendentemente espaciosa. El suelo es de la misma madera clara. Tiene un diseño
moderno y elegante y una atmósfera luminosa y diáfana, aunque todo es muy funcional y
no parece que Christian pase mucho tiempo aquí.
—Los baños están en el otro lado.
Señala dos puertas, y luego abre otra más pequeña y de aspecto muy
peculiar que tenemos enfrente y entra. Se trata de un lujoso dormitorio. Oh…
Hay una enorme cama empotrada y todo es de tejidos azul pálido y madera
clara, como su dormitorio en el Escala. Es evidente que Christian escoge un motivo y
lo mantiene.
—Este es el dormitorio principal. —Baja la mirada hacia mí, sus ojos
grises centellean—. Eres la primera chica que entra aquí, aparte de las de mi familia.
—Sonríe—. Ellas no cuentan.
Su mirada ardiente hace que me ruborice y se me acelere el pulso. ¿De
veras? Otra primera vez. Me atrae a sus brazos, sus dedos juguetean con mi cabello y
me da un beso, intenso y largo. Cuando me suelta, ambos estamos sin aliento.
—Quizá deberíamos estrenar esta cama —murmura junto a mi boca.
¡Oh, en el mar!
—Pero no ahora mismo. Ven, Mac estará soltando amarras.
Hago caso omiso de la punzada de desilusión, él me da la mano y volvemos
a cruzar el salón. Me señala otra puerta.
—Allí hay un despacho, y aquí delante dos cabinas más.
—¿Cuánta gente puede dormir en el barco?
—Es un catamarán con seis camarotes, aunque solo he subido a bordo a mi
familia. Me gusta navegar solo. Pero no cuando tú estás aquí. Tengo que mantenerte
vigilada.
Revuelve en un arcón y saca un chaleco salvavidas de un rojo intenso.
—Toma.
Me lo pasa por la cabeza y tensa todas las correas, y la sombra de una
sonrisa aparece en sus labios.
—Te encanta atarme, ¿verdad?