Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 174

—Estoy admirando las vistas. Y alza los ojos al cielo con aire resignado y divertido. Mientras nos vestimos, me doy cuenta de que nos movemos con la sincronización de dos personas que se conocen bien, ambos muy atentos y pendientes del otro, intercambiando de vez en cuando una sonrisa tímida y una tierna caricia. Y caigo en la cuenta de que esto es tan nuevo para él como para mí. —Sécate el pelo —ordena Christian cuando estamos vestidos. —Dominante como siempre —le digo bromeando, y se inclina para besarme la cabeza. —Eso no cambiará nunca, nena. No quiero que te pongas enferma. Pongo los ojos en blanco, y él tuerce la boca, con expresión divertida. —Sigo teniendo las manos muy largas, ¿sabe, señorita Steele? —Me alegra oírlo, señor Grey. Empezaba a pensar que habías perdido nervio —replico. —Puedo demostrarte que no es así en cuanto te apetezca. Christian saca de su bolsa un jersey grande de punto trenzado color beis, y se lo echa con elegancia sobre los hombros. Con la camiseta blanca, los vaqueros, el pelo cuidadosamente despeinado y ahora esto, parece salido de las páginas de una lujosa revista de moda. Debería estar prohibido ser tan extraordinariamente guapo. Y no sé si es la distracción momentánea, la mera perfección de su aspecto o ser consciente de que me quiere, pero su amenaza ya no me da miedo. Así es él, mi Cincuenta Sombras. Mientras cojo el secador, vislumbro ante mí un rayo de esperanza tangible. Encontraremos la vía intermedia. Lo único que hemos de hacer es tener en cuenta las necesidades del otro y acoplarlas. De eso soy capaz, ¿verdad? Me observo en el espejo del vestidor. Llevo la camisa azul claro que Taylor me compró y que ha metido en mi maleta. Tengo el pelo hecho un desastre, la cara enrojecida, los labios hinchados… Me los palpo, recordando los besos abrasadores de Christian, y no puedo evitar que se me escape una sonrisa. «Sí, te quiero», me dijo. —¿Dónde vamos exactamente? —pregunto mientras esperamos en el vestíbulo al empleado del aparcamiento. Christian se da golpecitos en un lado de la nariz y me guiña un ojo con aire conspiratorio, como si hiciera esfuerzos desesperados por contener su alegría. Francamente, esto es bastante impropio de mi Cincuenta. Estaba así cuando fuimos a volar en planeador; quizá sea eso lo que vamos a hacer. Yo también le sonrío, radiante. Y me mira con ese aire de superioridad que le confiere esa sonrisa suya de medio lado. Se inclina y me besa tiernamente. —¿Tienes idea de lo feliz que me haces? —pregunta en voz baja. —Sí… lo sé perfectamente. Porque tú provocas el mismo efecto en mí.