Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 168
—Toma —dice en voz baja, y me entrega el gel—. Quiero que me limpies
los restos de pintalabios.
Inmediatamente abro los ojos y los clavo en los suyos. Me mira
intensamente, mojado, hermoso. Con sus preciosos y brillantes ojos grises que no
traslucen nada.
—No te apartes mucho de la línea, por favor —apunta, tenso.
—De acuerdo —murmuro, intentando absorber la enormidad de lo que
acaba de pedirme que haga: tocarle en el límite de la zona prohibida.
Me echo un poco de jabón en la mano y froto ambas palmas para hacer
espuma; luego las pongo sobre sus hombros y, con cuidado, lavo la raya de carmín de
cada costado. Él se queda quieto y cierra los ojos con el rostro impasible, pero respira
entrecortadamente, y sé que no es por deseo sino por miedo. Y eso me hiere en lo más
profundo.
Con dedos temblorosos resigo cuidadosamente la línea por el costado de su
torso, enjabonando y frotando suavemente, y él traga saliva con la barbilla rígida como
si apretara los dientes. ¡Ahhh! Se me encoge el corazón y tengo la garganta seca. Oh,
no… Estoy a punto de romper a llorar.
Dejo de echarme más jabón en la mano y noto que se relaja. No puedo
mirarle. No soporto ver su dolor: es abrumador. Ahora soy yo quien traga saliva.
—¿Listo? —murmuro, y mi tono trasluce con toda claridad la tensión del
momento.
—Sí —accede con voz ronca y preñada de miedo.
Coloco con suavidad las manos a ambos lados de su torso, y él vuelve a
quedarse paralizado.
Esto me supera por completo. Me abruma su confianza en mí, me abruma su
miedo, el daño que le han hecho a este hombre maravilloso, perdido e imperfecto.
Tengo los ojos bañados en lágrimas, que se derraman por mi rostro
mezcladas con el agua de la ducha. ¡Oh, Christian! ¿Quién te hizo esto?
Con cada respiración entrecortada su diafragma se mueve convulso, y
siento su cuerpo rígido, que emana oleadas de tensión mientras mis manos resiguen y
borran la línea. Oh, si pudiera borrar tu dolor, lo haría… Haría cualquier cosa, y lo
único que deseo es besar todas y cada una de las cicatrices, borrar a besos esos años
de espantoso abandono. Pero ahora no puedo hacerlo, y las lágrimas caen sin control
por mis mejillas.
—No, por favor, no llores —susurra con voz angustiada mientras me
envuelve con fuerza entre sus brazos—. Por favor, no llores por mí.
Y estallo en sollozos, escondo la cara en su cuello, mientras pienso en un
niñito perdido en un océano de miedo y dolor, asustado, abandonado, maltratado…
herido más allá de lo humanamente soportable.
Se aparta, me sujeta la cabeza entre las manos y la echa hacia atrás mientras