Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 161

con la lengua el vello de su pecho para disfrutar de su sabor. —¿Y ahora qué? —pregunta con los ojos en llamas. —Quiero besarte aquí. Deslizo el dedo sobre su vientre, de un lado de la cadera al otro. Separa los labios e inspira entrecortadamente. —No pienso impedírtelo —musita. Le cojo la mano. —Pues será mejor que te tumbes —murmuro, y le llevo a un lado de nuestra enorme cama de matrimonio. Parece desconcertado, y se me ocurre que quizá nadie ha llevado la iniciativa con él desde… ella. No, no vayas por ahí. Aparto la colcha y él se sienta en el borde de la cama, mirándome, esperando, con ese gesto serio y cauteloso. Yo me pongo delante de él y me quito su chaqueta tejana, dejándola caer al suelo, y luego sus pantalones de deporte. Él se frota las yemas de los dedos con el pulgar. Sé que se muere por tocarme, pero reprime el impulso. Yo suspiro profundamente y, armándome de valor, me quito la camiseta hasta quedar totalmente desnuda ante él. Sin apartar los ojos de los míos, él traga saliva y abre los labios. —Eres Afrodita, Anastasia —murmura. Tomo su cara entre las manos, le levanto la cabeza y me inclino para besarle. Un leve gruñido brota de su garganta. Cuando le beso en los labios, me sujeta las caderas y, casi sin darme cuenta, me tumba debajo de él, y me obliga a separar las piernas con las suyas, de forma que queda encajado sobre mi cuerpo, entre mis piernas. Desliza su mano sobre mi muslo, por encima de la cadera y a lo largo del vientre hasta alcanzar uno de mis pechos, y lo oprime, lo masajea y tira tentadoramente de mi pezón. Yo gimo y alzo la pelvis involuntariamente, me pego a él y me froto deliciosamente contra la costura de su cremallera y contra su creciente erección. Deja de besarme y baja la vista hacia mí, perplejo y sin aliento. Flexiona las caderas y su erección empuja contra mí… Sí, justo ahí. Cierro los ojos y jadeo, y él vuelve a hacerlo, pero esta vez yo también empujo, y saboreo su respuesta en forma de quejido mientras vuelve a besarme. Él sigue con esa lenta y deliciosa tortura… frotándome, frotándose. Y siento que tiene razón: perderme en él… es embriagador hasta el punto de excluir todo lo demás. Todas mis preocupaciones quedan eliminadas. Estoy aquí, en este momento, con él: la sangre hierve en mis venas, zumba con fuerza en mis oídos mezclada con el sonido de nuestra respiración jadeante. Hundo mis manos en su cabello, reteniéndole pegado a mi boca y consumiéndole con una lengua tan avariciosa como la suya. Deslizo los dedos por sus brazos hasta la parte baja de su espalda, hasta la cintura de sus vaqueros, e intrépidamente introduzco mis manos anhelantes por dentro, acuciándole,