Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 159
—Están en la suite Cascade, señor Taylor, piso once. Nuestro botones les
ayudará con el equipaje.
—No hace falta —dice Christian cortante—. ¿Dónde están los ascensores?
La ruborizada señorita se lo indica, y Christian vuelve a cogerme de la
mano. Echo un breve vistazo al vestíbulo, suntuoso, impresionante, lleno de butacas
mullidas y desierto, excepto por una mujer de cabello oscuro sentada en un acogedor
sofá, dando de comer pequeños bocaditos a su perro. Levanta la vista y nos sonríe
cuando nos ve pasar hacia los ascensores. ¿Así que el hotel acepta mascotas? ¡Qué
raro para un sitio tan majestuoso!
La suite consta de dos dormitorios y un salón comedor, provisto de un
piano de cola. En el enorme salón principal arde un fuego de leña. Por Dios… la suite
es más grande que mi apartamento.
—Bueno, señora Taylor, no sé usted, pero yo necesito una copa —murmura
Christian mientras se asegura de cerrar la puerta.
Deja mi maleta y su bolsa sobre la otomana, a los pies de la gigantesca
cama de matrimonio con dosel, y me lleva de la mano hasta el gran salón, donde brilla
el fuego de la chimenea. La imagen resulta de lo más acogedora. Me acerco y me
caliento las manos mientras Christian prepara bebidas para ambos.
—¿Armañac?
—Por favor.
Al cabo de un momento se reúne conmigo junto al fuego y me ofrece una
copa de brandy.
—Menudo día, ¿eh?
Asiento y sus ojos me miran penetrantes, preocupados.
—Estoy bien —susurro para tranquilizarle—. ¿Y tú?
—Bueno, ahora mismo me gustaría beberme esto y luego, si no estás
demasiado cansada, llevarte a la cama y perderme en ti.
—Me parece que eso podremos arreglarlo, señor Taylor —le sonrío
tímidamente, mientras él se quita los zapatos y los calcetines.
—Señora Taylor, deje de morderse el labio —susurra.
Bebo un sorbo de armañac, ruborizada. Es delicioso y se desliza por mi
garganta dejando una sedosa y caliente estela. Cuando levanto la vista, Christian está
bebiendo un sorbo de brandy y mirándome con ojos oscuros, hambrientos.
—Nunca dejas de sorprenderme, Anastasia. Después de un día como el de
hoy… o más bien ayer, no lloriqueas ni sales corriendo despavorida. Me tienes
alucinado. Eres realmente fuerte.
—Tú eres el motivo fundamental de que me quede —murmuro—. Ya te lo
dije, Christian, no me importa lo que hayas hecho, no pienso irme a ninguna parte. Ya
sabes lo que siento por ti.
Tuerce la boca como si dudara de mis palabras, y arquea una ceja como si