Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 15

sus brazos. Me aprieta contra su pecho. Me derrito. Oh, aquí es donde quiero estar. Apoyo la cabeza en él y me besa el pelo repetidas veces. Este es mi hogar. Huele a lino, a suavizante, a gel, y a mi aroma favorito… Christian. Durante un segundo me permito fantasear con que todo irá bien, y eso apacigua mi alma inquieta. Unos minutos después, Taylor aparca junto a la acera, aunque todavía no hemos salido de la ciudad. —Ven —Christian me aparta de su regazo—, hemos llegado. ¿Qué? —Al helipuerto… en lo alto de este edificio. Christian mira hacia la alta torre a modo de explicación. Claro. El Charlie Tango . Taylor abre la puerta y salgo. Me dedica una sonrisa afectuosa y paternal que hace que me sienta segura. Yo le sonrío a mi vez. —Debería devolverte el pañuelo. —Quédeselo, señorita Steele, con mis mejores deseos. Me ruborizo mientras Christian rodea el coche y me coge de la mano. Intrigado, mira a Taylor, que le devuelve una mirada impasible que no trasluce nada. —¿A las nueve? —le dice Christian. —Sí, señor. Christian asiente, se da la vuelta y me conduce a través de la puerta doble al majestuoso vestíbulo. Yo me deleito con el tacto de su mano ancha y sus dedos largos y hábiles, curvados sobre los míos. Noto ese tirón familiar… me siento atraída, como Ícaro hacia su sol. Yo ya me he quemado, y sin embargo aquí estoy otra vez. Al llegar al ascensor, él pulsa el botón de llamada. Yo le observo a hurtadillas y él exhibe su enigmática media sonrisa. Cuando se abren las puertas, me suelta la mano y me hace pasar. Las puertas se cierran y me atrevo a mirarle otra vez. Él baja los ojos hacia mí, esos vívidos ojos grises, y ahí está, esa electricidad en el aire que nos rodea. Palpable. Casi puedo saborear cómo late entre nosotros y nos atrae mutuamente. —Oh, Dios —jadeo, y disfruto un segundo de la intensidad de esta atracción primitiva y visceral. —Yo también lo noto —dice con ojos intensos y turbios. Un deseo oscuro y letal inunda mi entrepierna. Él me sujeta la mano y me acaricia los nudillos con el pulgar, y todos los músculos de mis entrañas se tensan deliciosa e intensamente. ¿Cómo puede seguir provocándome esto? —Por favor, no te muerdas el labio, Anastasia —susurra. Levanto la mirada hacia él y me suelto el labio. Le deseo. Aquí, ahora, en el ascensor. ¿Cómo iba a ser de otro modo? —Ya sabes qué efecto tiene eso en mí —murmura. Oh, todavía ejerzo efecto sobre él. La diosa que llevo dentro despierta de