Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 145

—¿Quieres bailar? —Estoy muy cansada, Christian. Me gustaría irme, si no te importa. Christian mira a Taylor, este asiente, y nos encaminamos hacia la casa siguiendo a un grupo de invitados bastante ebrios. Agradezco que Christian me dé la mano; me duelen los pies por culpa de estos zapatos tan prietos y con unos tacones tan altos. Mia se acerca dando saltitos. —No os iréis ya, ¿verdad? Ahora empieza la música auténtica. Vamos, Ana —me dice, cogiéndome de la mano. —Mia —la reprende Christian—, Anastasia está muy cansada. Nos vamos a casa. Además, mañana tenemos un día importante. ¿Ah, sí? Mia hace un mohín, pero sorprendentemente no presiona a Christian. —Tenéis que venir algún día de la próxima semana. Ana, tal vez podríamos ir juntas de compras. —Claro, Mia. Sonrío, aunque en el fondo de mi mente me preguntó cómo, porque yo tengo que trabajar para vivir. Me da un beso fugaz y luego abraza fuerte a Christian, para sorpresa de ambos. Y algo todavía más extraordinario: apoya las manos en las solapas de su chaqueta y él, indulgente, se limita a bajar la vista hacia ella. —Me gusta verte tan feliz —le dice Mia con dulzura y le besa en la mejilla —. Adiós, que os divirtáis. Y corre a reunirse con sus amigos que la esperan, entre ellos Lily, quien, despojada de la máscara, tiene una expresión aún más amarga si cabe. Me pregunto vagamente dónde estará Sean. —Les diremos buenas noches a mis padres antes de irnos. Ven. Christian me lleva a través de un grupo de invitados hasta donde están Grace y Carrick, que se despiden de nosotros con simpatía y cariño. —Por favor, vuelve cuando quieras, Anastasia, ha sido un placer tenerte aquí —dice Grace afectuosamente. Me siento un poco superada tanto por su reacción como por la de Carrick. Por suerte, los padres de Grace ya se han ido, así que al menos me he ahorrado su efusividad. Christian y yo vamos tranquilamente de la mano hasta la entrada de la mansión, donde una fila interminable de coches espera para recoger a los invitados. Miro a Cincuenta. Parece feliz y relajado. Es un auténtico placer verle así, aunque sospecho que no tiene nada de extraño después de un día tan extraordinario. —¿Vas bien abrigada? —me pregunta. —Sí, gracias —respondo, envolviéndome en mi chal de satén.