Literatura BDSM Cincuenta sombras más oscuras | Page 143

fuegos artificiales. El maestro de ceremonias, de nuevo al mando, ha permitido que nos quitáramos las máscaras para poder ver mejor el espectáculo. Christian me rodea con el brazo, pero soy muy consciente de que Taylor y Sawyer están cerca, probablemente porque ahora estamos en medio de una multitud. Miran hacia todas partes excepto al embarcadero, donde dos pirotécnicos vestidos de negro están haciendo los últimos preparativos. Al ver a Taylor, pienso en Leila. Quizá esté aquí. Oh, Dios… La idea me provoca escalofríos, y me acurruco junto a Christian. Él baja la mirada y me abraza más fuerte. —¿Estás bien, nena? ¿Tienes frío? —Estoy bien. Echo un vistazo hacia atrás y veo, cerca de nosotros, a los otros dos guardaespaldas, cuyos nombres he olvidado. Christian me coloca delante de él y me rodea los hombros con los brazos. De repente, los compases de una pieza clásica retumban en el embarcadero y dos cohetes se elevan en el aire, estallando con una detonación ensordecedora sobre la bahía e iluminándola por entero con una deslumbrante panoplia de chispas naranjas y blancas, que se reflejan como una fastuosa lluvia luminosa sobre las tranquilas aguas de la bahía. Contemplo con la boca abierta cómo se elevan varios cohetes más, que estallan en el aire en un caleidoscopio de colores. No recuerdo haber visto nunca una exhibición pirotécnica tan impresionante, excepto quizá en televisión, y allí nunca se ven tan bien. Está todo perfectamente acompasado con la música. Una salva tras otra, una explosión tras otra, y luces incesantes que despiertan las exclamaciones admiradas de la multitud. Es algo realmente sobrecogedor. Sobre el puente de la bahía, varias fuentes de luz plateada se alzan unos seis metros en el aire, cambiando de color: del azul al rojo, luego al naranja y de nuevo al gris plata… y cuando la música alcanza el crescendo, estallan aún más cohetes. Empieza a dolerme la mandíbula por culpa de la bobalicona sonrisa de asombro que tengo grabada en la cara. Miro de reojo a Cincuenta, y él está igual, maravillado como un niño ante el sensacional espectáculo. Para acabar, una andanada de seis cohetes surca el aire y explotan simultáneamente bañándonos en una espléndida luz dorada, mientras la multitud irrumpe en un aplauso frenético y entusiasta. —Damas y caballeros —proclama el maestro de ceremonias cuando los vítores decrecen—. Solo un apunte más que añadir a esta extraordinaria velada: su generosidad ha alcanzado la cifra total de ¡un millón ochocientos cincuenta y tres mil dólares! Un aplauso espontáneo brota de nuevo, y sobre el puente aparece un mensaje con las palabras «Gracias de parte de Afrontarlo Juntos», formadas por líneas centellanes de luz plateada que brillan y refulgen sobre el agua.